Hace hoy 82 años, el 17 de Octubre de 1936, los milicianos del Frente Popular asesinaban a uno de los profesores más queridos y admirados del Colegio del Pilar. Un verdadero «niño grande», que supo transmitir su pasión y su entusiasmo por cualquier materia a sus alumnos, durante los vientres años en los que fue profesor del colegio. Pero mejor que yo, será nuestro compañero Luis Moya quien nos lo cuente en este texto extraído del prólogo del libro «La Simpatía en la Educación» que Antonio Martínez García le dedicó al Beato Fidel Fuidio en 1954:

No puedo recordar cómo era D. Fidel sin barba, pero sí recuerdo, y espero no olvidar nunca, cómo D. Fidel nos presentó a su barba al principio de un curso, que creo fue el de 1916-1917. Su clase era la de primera hora y, allí llegábamos, después de las vacaciones, los futuros alumnos de Historia Universal. Como primer día del curso, llegábamos distanciados, de uno en uno, después de recibir el saludo de D. Luis Heintz en la escalera. La puerta de la clase estába próxima al encerado; enfrente, el pupitre del profesor, con una ventana detrás. En el contraluz se veía a D. Fidel sentado en actitud de pensador, con la cabeza apoyada en la mano y el codo en la mesa. De su cara sólo se veía de la nariz hacía arriba. Cada nuevo alumno que entraba percibía un extraño silencio en la clase, como de expectación, a pesar de que ya había muchos compañeros más madrugadores. Una vez dentro el recien llegado, D. Fidel deshacía su hierática postura y se levantaba para saludar con su cortesía y gracia habituales. Pero el saludo cortés no encontraba contestación, sino una expresión de pasmo o de espanto, que duraba hasta que la voz de D. Fidel nos daba la tranquilidad primero y la risa después, acompañada por el jolgorio y la alegría de los llegados antes. 

Gracias a la barba, consiguió D. Fidel, aquella vez, un principio de curso alegre, cosa difícil normalmente después de las vacaciones. Pero otras infinitas veces conseguía la alegría con otros sistemas, pues su inventiva no tenía límites cuando se trataba de dar a sus alumnos lo que más les convenía en cada momento. Y realmente, nada hacía más falta en un primer día de curso que el entusiasmo y el buen humor. […] 

Beato Fidel Fuidio
Beato Fidel Fuidio

Que D. Fidel fue un maravilloso niño grande, es idea común de todos, […]. Podría también decirse que más que un niño fue una sociedad de niños entusiastas, que solicitaban y atraían a cualquier niño con cualquier clase de aficiones sanas, porque lo mismo el deporte y la gimnasia, que el canto, la música, la pintura y las otras artes, o que la historia y la literatura, y hasta cosas tan raras para un niño como el latín y la prehistoria, encontraban una parte del espíritu de D. Fidel que las comunicaba con todo el entusiasmo y la alegría que pudiera requerir el más melancólico para su curación. Por eso fue un enorme despertador de vocaciones. Aquel curso del estreno de la barba llegó, a poco tiempo, a la Historia de Grecia. En pocas palabras nos hizo ver tan claro lo que era el Partenón y la arquitectura griega en general, y toda la esencia de este gran arte, que cambié mis aficiones de ingeniero por las de arquitecto y siempre he sido fiel a esta vocación, a esta llamada que fueron las palabras entusiastas y verdaderas de D. Fidel. Pero si hubiera sido sordo a ellas, poco después habría podido sentir otras vocaciones al oirle hablar de Cicerón, de la oratoria y del derecho, o de la política y de la administración romanas, o de cualquiera de los nobles temas que se suceden en la Historia Universal. […]

Pero lo más importante será siempre la propia vida de D. Fidel, con esa santa mezcla de entusiasmo y humildad que le llevaba a intentar, y a hacer, todo. Entusiasmo al hacerla, porque un hombre de verdad no puede hacer una cosa sin entusiasmo. Sólo las máquinas, los autómatas, o los farsantes, hacen las cosas con despego, fríamente. Humildad, al ver muchas veces los medianos resultados y las bromas correspondientes de los espectadores, a las que él acababa uniéndose con la mejor gana, si quedaba convencido de que la broma era justa; convencimiento fácil dada su sencilla humildad y su claridad de juicio. Con la continuada práctica de estos verdaderos ejercicios de entusiasmo, humildad, sencillez y alegría, se hacía de nuevo, cada hora de cada día, como un niño de aquellos a los que Nuestro Señor prometió el Reino de los Cielos. 

Luis Moya [1]

Notas del Editor:

  1. Luis Moya Blanco (1904-1990): Promoción de 1919.  Arquitecto. Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Director de la Escuela de Arquitectura. Entre sus numerosas obras podemos destacar el Museo de América, la Iglesia y el Colegio de Santa María del Pilar de Madrid, el Colegio Mayor Chaminade o el pabellón del patio norte del Colegio de Nuestra Señora del Pilar de Madrid.