En el segundo número del Boletín de Antiguos Alumnos, correspondiente al mes de Abril de 1949, su presidente publicaba un interesante artículo. José Sebastián de Erice [1] recordaba en su narración una anécdota de D. Luis Heintz [2], quien fuera el primer director del colegio. Espero que os guste.
¡¡Alta esa cabeza!!
Los más antiguos de los «Antiguos“ proyectamos nuestro recuerdo, con preferencia, hacia Claudio Coello.
Las dos casas de Goya, sobre todo la primera, se esfuman entre nuestras remembranzas infantiles quizá porque, nos traen regusto excesivo de esos años, en demasía niños, en que, ni se aprecia la formación del espíritu, todavía demasiado blando, ni las impresiones recogidas en esos tiempos son, por regla general, tan hondas que dejen huella perdurable.
En cambio, Claudio Coello…
Desde aquella divisa del Evangelio de San Juan «La verdad os hará libres“, que en el curso de nuestra existencia ha seguido siendo norma de lealtad y de actitud caballeresca, hasta las levitas remangadas de los Profesores jóvenes compartiendo nuestros desafíos de pelota, o causando nuestra admiración infantil al saltar de tres en tres, colgados de las manos, las barras de la escala horizontal de aquel cobertizo en que hacíamos gimnasia. Pero, sobre todo, para mí, el recuerdo más vivo, y el que sinceramente creo más ha influido en la psicología de muchos de nosotros, es el de la estampa de Don Luis, rubicundo y sonriente, colocado junto al batiente de la puerta de salida, estrechando las manos de los colegiales cuando abandonábamos las clases.

Don Luis, como recordareis todos, miraba los dedos sucios de tinta, y ordenaba el retroceso del que confundía el pulgar con la plumilla. Era inútil la excusa pueril, de alguno, argumentando con golpes, y hasta con uñas partidas en una puerta. Don Luis distinguía suficientemente el hematoma de la mancha. Pero, principalmente, había en su actitud, en su gesto, algo que a mí me impresionaba hondamente: salíamos cargados de libros, dejando caer cuadernos emborronados, perdiendo lápices, y faltándonos una mano, por lo menos, para sostener la gorra y tanto adminículo escolar. Ello hacía con frecuencia que la actitud del alumno, que hoy se emociona con ese recuerdo, no supiera cómo desembarazar esa mano que había de estrechar la de nuestro Director; y al conseguirlo, por fin, quedábamos a menudo en actitud encogida y temerosa, hundiendo la cabeza entre los hombros y abrazando con la única extremidad superior libre, esa serie de volúmenes que antes señalaba.
Don Luis, a mí por lo menos, me daba un golpe cariñoso, lo que a veces no impedía cierta pequeña violencia, .y haciéndome erguir la cabeza, mientras me sujetaba la barbilla, me indicaba afectuosamente: «La cabeza alta, la cabeza alta“. Yo salía a la calle, siempre en lucha con los libros, recordando aquello; pensando que, en efecto, Don Luis lo que, principalmente quería significarnos no era una actitud, que podríamos llamar anatómica, ante la calle, sino una actitud moral ante la vida.

El levantar la cabeza no era llevar la testa erguida con un gesto de superioridad y un aire de suficiencia, si no el levantar el espíritu, el encararse con las adversidades en forma digna; el saber vencer la dificultad de la existencia, el poder, sobre todo, pedir a Dios que nos ilumine y que nos guie.
Levantar la cabeza para tenerla más cerca del cielo; levantar la cabeza elevando los ojos a Dios; levantar la cabeza para que nunca los avatares tristes del desenvolvimiento de nuestra actuación puedan encontrarnos sobrecogidos y faltándonos aquélla mano que no encontrábamos para estrechar la de Don Luis.
En el curso de mi vida, como habrá ocurrido en la de tantos antiguos compañeros, momentos de angustia, de indecisión y de flaqueza, me recordaban aquellos instantes en que yo perdía los cuadernos y se me caían los lápices, y me encogía azorado y temeroso; y entonces, al volver los ojos a Dios, me parecía oír de nuevo la voz de Don Luis ordenando imperativo: «la cabeza alta, la cabeza alta“.

Quizá, hasta me parecía sentir su golpe en la barbilla, y comprendía entonces que un antiguo alumno del Pilar -lo que quiere decir un español y un católico- no se deja dominar nunca por los enemigos. Levanta la cabeza, aguanta lo que sea preciso y sigue pensando en que si tiene razón y su postura es justa, como debe creerlo, el mundo acabará comprendiendo que Dios no desampara a quien en Él confía.
José S. de Erice
PRESIDENTE
Notas del Editor:
- José Sebastián de Erice y O’Shea (1906-1996): Promoción de 1918. Diplomático español. Presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos entre 1948 y 1966.
- Luis Heintz y Loll S.M. (Colmar 1886 – San Sebastián 1934): Gran aficionado a la espeleología, obtuvo el doctorado en ciencias el 11 de abril de 1908 en la Universidad Central, con la lectura de la tesis “Espeleología: estado actual de la espeleología, la espeleología en España, la espeleología en Álava. Fundador y director del colegio de Nuestra Señora del Pilar de Madrid desde 1907 hasta 1924. Director del colegio de los marianistas de Vitoria desde 1925 hasta 1930.
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