Hoy, como es Navidad, no es momento de ponerse muy sesudo ni de plantear temas especialmente espinosos a nuestros lectores. Por lo tanto, he optado por un artículo que trata de un asunto aparentemente trivial: las botas del colegio. Si, todos los que ahora somos padres sabemos el problema que supone el calzar a nuestros hijos y el desgaste que sufren los zapatos durante el curso escolar. Sobre todo sin son aficionados al fútbol.
Espero que os guste este texto extraído del Boletín de la Asociación de Antiguos Alumnos correspondiente al mes de Febrero de 1950 y aprovecho para desearos una muy feliz Navidad.
Las Botas
Para ir al Colegio, hace falta dotar al colegial de las correspondientes botas, cuanto más grandes mejor. Hacían falta en nuestros tiempos ya lejanos; hacen falta ahora, a nuestros hijos y harán falta siempre al menos mientras no surja un invento sensacional que sustituya este calzado, y cuyo descubrimiento, de llegarse a él, habría sin duda de alcanzar una transcendencia y alcance como el que tuvo la aparición de los antibióticos o la desintegración del átomo.
Pero mientras no surja un Fleming del calzado, las botas serán la primera preocupación de los padres y la primera medida a adoptar para que el niño vaya al Colegio. Sin embargo, los padres que no fueron «cocineros antes que frailes», es decir, alumnos marianistas antes que sus hijos, no conceden a las botas la importancia que en realidad tienen para el niño; sólo se preocupan de atender una necesidad y el padre recomienda a la madre al regreso del veraneo, que adquiera unas botas «de resultado“, es decir, baratas, y teniendo siempre en cuenta que van a sufrir los embates furiosos de las ochenta botas pertenecientes a los cuarenta niños restantes que integran la clase del futuro alumno.

Profundo error: las botas no sólo han de servir al niño para golpear sin desfallecimiento las espinillas de sus compañeros. Desde el primer momento serán el índice que irá formando su personalidad en el Colegio y aún… en el futuro. No quiero decir con ello que los estudios hayan de discurrir a través de las botas; tamaña afirmación sería una herejía. No obstante, los que hemos llevado esta clase de calzado, sabemos que el mismo cumple una misión más transcendente que la tan simplista de cubrirnos y protegernos los pies.
Me explicaré: Las botas, se llevan perfectamente atadas o con los cordones sueltos a cada momento; pues bien, el tintineo de la contera de latón -que adorna la punta de los cordones-, sobre los azulejos del suelo, ha sido no pocas veces, causa de que el profesor reconozca, aún sin verlo, al piloto que sin autorización ha realizado un breve «raid» dentro de la clase, en estudio, o, para sin titubeo, saber quien incorporó a la fila con retraso, o en fin, para identificar al que fugazmente se salió de aquella. ¡Cuántos ceros nos han caído a cuenta de los dichosos cordones!

Aquellas botas tremebundas con terribles clavos en la suela, han sido en algunos casos disfraz para imponer en los juegos respeto a los demás que de otro modo jamás hubieran experimentado hacia el titular de aquellas; también servían para en el partido de fútbol durante los recreos, dar apariencia de fortaleza a un cuerpo no muy desarrollado, y en otras ocasiones constituían refuerzo necesario para quien la naturaleza le había dotado de indudable corpulencia. En la memoria de todos está el recuerdo de aquellos clavos que ribeteaban las suelas de algunos compañeros, cuya sola presencia estremecía, teniendo que hacer de tripas corazón para entrar al asalto de la pelota cuando se hallaba entre esas dos terribles naves de guerra con quilla de acero. Yo creo que el temple de héroe de algunos de los nuestros se forjó en esa desigual lucha, y que, a quien no arredraron esas «máquinas de guerra» no podían luego imponerle respeto el fuego y el plomo del enemigo a través de cien batallas.
Botas del Colegio, pesadilla de nuestras madres al regreso a casa, cuando por todas las habitaciones dejábamos huella indeleble de nuestro paso, sobre el brillante piso encerado; pesadilla que alcanzaba rango de catástrofe si nuestro regreso del Colegio, coincidía con alguna visita que requería nuestra presencia en la Sala, con sus vitrinas transparentes de delicadas porcelanas y figuras de marfil, sus cortinas de raso, el reloj de sonería de carillón, el tapiz sobre el suelo; entonces a la obligada pregunta del visitante acerca de nuestra aplicación, buscábamos la respuesta en los cuadros familiares que adornaban las paredes, y en el roce furioso de una bota contra otra, que, como prueba de su identificación con su dueño ante el aprieto en que nos hallábamos lloraban sin consuelo amplias pellas [1] de barro sobre el tapiz y arrancaban de éste hilachos de su fino tejido con las puntas de hierro…
¡Cuántas evocaciones de las botas del Colegio! Ellas fueron el índice de lo que seríamos; revelaron desde el primer momento el cuido de nuestras prendas de vestir; hubo quien nunca consiguió llevar bien atados los cordones, ni jamás dejarlas ver más que cubiertas de barro. Otros en cambio las portaban con orgullo lustradas de grasa y atadas sus ligaduras hasta los dos últimos agujeros, como hoy, ya mayores, se abrochan el último botón del chaleco.

Pero un día… las punteras de las botas, comenzaban a abrir la boca; se imponía una reparación que duraba muy poco, y entonces -tiempos fáciles-, se desechaban y enseguida el recuerdo de la necesidad de una madre, surgía en la mente caritativa de la nuestra, y aquellas botas se donaban a aquella asistenta o a cierta mujer pobre que tenían a sus hijos «casi descalzos», como ellas suplicaban. Y en tal punto, las botas eran recompuestas concienzudamente para ser regaladas a ese niño menesteroso, y comenzaban una nueva vida a través de su peregrinar por unas escuelas, que no poseían los aires alegres de las clases de nuestro Colegio ni sus patios de recreo ni su Capilla para rezar el Rosario y oír misa los miércoles. ¡Cuánta nostalgia no sentirían aquellas botas! ¡Cómo añorarían el barro del solar; que habían cambiado por el duro asfalto de la calle sobre el que jugaba ahora su nuevo dueño!
Pero en fin, las botas en su renovada vida, también serían el compañero inseparable de ese otro niño, y no cabe duda, que contribuirían a su formación escolar, como en cierto modo contribuyeron a la nuestra.
Madrid, 26 de Diciembre de 1949.
Mariano Romero. [2]
Notas del Editor:
- Pella: Masa que se une y aprieta, regularmente en forma redonda.
- Mariano Romero Sánchez-Quintanar. Antiguo alumno de la promoción de 1927.
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