Hoy continuamos con la novedad del curso 1914-1915: las bibliotecas escolares organizadas por los propios alumnos. Hace unas semanas ya escribí sobre este asunto en Los orígenes de las bibliotecas en el colegio, pero en esta ocasión Ramón Pastor nos aporta más datos sobre el emprendedor alumno que desarrolló esta iniciativa: Roberto Madrid Roberts. Estoy seguro de que a su hijo y a sus nietos les gustará leer el artículo.

Biblioteca «K O H».


Aunque el nombre original de esta biblioteca le da apariencias de una seria sociedad dedicada al fomento de las ciencias químicas, nada más lejos que esto de su verdadero carácter.

Nacida de la gran afición que a la lectura tienen los alumnos de sexto año, ha sido durante todo el curso una fuente inagotable de libros de que podían disfrutar sus socios, por el módico precio de veinticinco céntimos mensuales. Pero… vayamos con orden, y dediquemos unas breves líneas al inspirado autor de tan afortunada idea.

Y he aquí que nos encontramos con una anomalía que, desde luego, extrañará a todos los que estén un poco familiarizados con la vida colegial y, por lo tanto, acostumbrados a ver al frente de todas las empresas y novedades que surgen en el seno de los Colegios, a uno de esos alumnos que los profesores llaman estudiosos y sus compañeros empollones.

Pues bien, este caso es una de las excepciones que confirman la anterior regla, y Roberto Madrid, un chico muy listo, muy emprendedor y muy activo, pero un poco veleta y muy poco aficionado a los libros, es quien pensó, creo y sacó adelante la obra que luego había de ser eficazmente secundada por una porción de amigos, muy parecidos en todo a su digno presidente.

Bachilleres del curso 1914-1915. De pie en la última fina de izquierda a derecha: José María Cubillo de León, Gaspar Sanz Tovar, Luis Bugallal Iravedra, Manuel Echenique Márquez, Juan Petit de Ory, Ramón Pastor Mendivil, José Rosado Mayoralgo, José Luis Tovar Bisbal y René Petit de Ory; de pie en la segunda fila:
Ramón Álvarez Serrano, Carlos Gil-Delgado Armada, José Antonio Uhagón Ceballos, Francisco Lozano Marín, Antonio Fernández-Figares Méndez, Luis Gabilán Pla, Francisco Martínez Ruano, Antonio López-Cordón Araquistain, José Manuel Azpiroz Azpiroz e Ignacio Santos Cía; sentados: Alfonso Gordón Rodríguez-Casanova, José María Gomez de la Torre y Villa, Rafael Careaga Echevarría, José María Colmenares Espín, Saturnino Santos Gutiérrez, Ignacio Fiter Claver, José Manuel Zuloaga y Rodríguez-Avial, Roberto Madrid Roberts y Luis Careaga Echevarría.

Como es natural, la idea cayó muy bien entre los profesores que comprendieron el enorme partido que de ella habían de sacar los alumnos, y salvo los roces naturales que al principio hubo con los que pretendían convertir la clase en sala de lectura, la cosa marchó como una seda y el Colegio protegió en lo que pudo a la naciente sociedad.

Por otra parte, sus activos miembros no se descuidaron en adquirir nuevos e interesantes libros que, unidos al gran número de socios con que pronto contó la biblioteca, contribuyeron a darla esplendor y a realizar completamente el pensamiento de su simpático fundador.

Respecto al carácter de esta biblioteca, poco tenemos que decir: en ella han tenido cabida toda clase de libros, excepto, naturalmente, los que repugnan a toda persona de mediano gusto, y en ella, lo mismo se podía pedir un tratado de física que una novela de Salgari o un folletín detectivesco.

Y ya con esto, no me queda más que dar la enhorabuena a los felices organizadores de tan próspera sociedad, y desear que el año que viene tenga tantas sucesoras como imitadoras en el presente curso.

RAMÓN PASTOR MENDIVIL.