Hoy comparto con vosotros un artículo sin duda alguna moralizante, escrito en la sección dedicada a los antiguos alumnos y destinado a prevenir a los alumnos sobre los peligros del tabaco:

ECOS DE LOS ANTIGUOS


TENER HINCHA [1] (De la jerga colegial).

Apenas de pantalones largos hace dos meses, mi amigo Juanito Vázquez, había sentido la tiranía de la nueva vestimenta y se lanzó decidido por los campos de la hombrada.

Apenas nos encontramos un día, camino del Colegio, Juanito tiró de puro y dándome otro casi mayor que él, me propuso sin más preámbulos que fuéramos a pasear nuestras orondas personas, que por clase más o menos no iban a tiritar las esferas. La verdad, la proposición me hizo mediana gracia, porque iba a tener que cavilar más que un hambriento para justificar mi ausencia, pero a fuer de agradecido y porque me halagaba el que me tuviera también por un hombre bien plantado, acepté en principio la invitación, quizás con la secreta esperanza de que, apurado el veguero, cambiaríamos de opinión y todo quedaría en un leve retraso sin grandes consecuencias.

Pero mi maldito puro no tiraba; en vano me congestionaba hasta rendirme, en vano aspiraba como un fuelle… el puro no tiraba y yo sudaba pez.

Por fin me decidí a confesar mi derrota; todo antes que perder aquel veguero, y me decidí a consultar el caso con Juanito.

No hizo más que verlo y lanzó una carcajada.

-«Pero, hombre, sin cortarle la punta ¿cómo iba a tirar?… Ni aunque la enganchasen».

Y comenzó a reir insultantemente su chiste, que dicho sea en verdad, no me hizo maldita la gracia.

De pronto se calló, se puso pálido y se agarró fuertemente a mi brazo.

-¡Ay, que me caigo! ¡Que me pongo malo! ¡Llévame a casa! y coreaba sus exclamaciones con un ¡ay! ¡ay! iay! realmente flamenco, mientras intentaba reír por no hacer el ridículo en plena calle.

¡Un cuerno, le iba yo a llevar a casa! ¡Que fuera él si quería!

Por fin llegamos a una fórmula: iríamos a clase, luego Dios diría.

Y apoyándose en mí, tomamos el camino del Colegio. No me volvió a dirigir Juan la palabra hasta que entramos en clase, ni yo paré de reírme en todo el camino.

Pero el día estaba trágico. Apenas empezada la clase, armose en derredor de Juan el gran jolgorio. Pronto llegó a nuestras narices la causa; un fortísimo olor a tabaco tan grande que la atmósfera parecía mascarse, invadía la clase y procedía de Juan.

Pronto se dió cuenta el profesor de lo que ocurría, y sin dudar de quién sería, llamó a Juan a su pupitre, pero aun no había dado dos pasos, cuando clavado en la pluma de su compañero hizo su aparición ¡mi puro! el condenado veguero infumable que Juan había guardado.

Hasta el profesor se rió.

-Vaya usted, me dijo éste, a tirar al patio eso y usted Juanito salga de clase hasta que se airee bien.

Y cuando al volver a clase me encontré a Juanito paseando rabiosamente por el pasillo, me dijo:

-«¡Luego me dirás que los profesores no me tienen hincha!»

F. VARELA DE SEIJAS Y AGUILAR [2].

Notas del Editor:

  1. Hincha: Según el diccionario de la R.A.E., «Odio, encono o enemistad».
  2. Fernando María Varela de Seijas Aguilar: Promoción de 1917.