Hace unos días el Padre Enrique Torres me hizo llegar la noticia del favorable avance de la causa de beatificación de quien fuera director de nuestro colegio, el Padre Domingo Lázaro. En concreto, la nota decía:
Venerable Padre Domingo Lázaro Castro, SM
El pasado martes 16 de abril, los señores Cardenales y Obispos adjuntos a la Congregación de las Causas de los Santos emitieron un voto favorable al examen de la Causa del padre Domingo Lázaro Castro (España, 1877-1935). De este modo, el Papa Francisco concede al Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, Cardenal Giovanni Angelo Becciu, emitir el Decreto que declara Venerable al p. Domingo.
Por información personal del Secretario de la Congregación, Mons. Marcello Bartolucci, sabemos que los Cardenales quedaron gratamente impresionados por la figura de santidad del padre Domingo, considerando que su proyecto apostólico-misionero a favor de la educación católica de la juventud posee en estos momentos una gran actualidad.
Fundador en 1930 de la Federación de Amigos de la Enseñanza, origen de la actual Escuelas Católicas, que hoy reúne todos los centros católicos de España, el padre Domingo fue un hombre de fe y un asceta, que empleó su enorme saber pedagógico para la evangelización de los jóvenes y la santificación de sus religiosos.
De ahora en adelante, invoquemos al venerable padre Domingo Lázaro para que aliente en nosotros el entusiasmo por la evangelización de los niños y de los jóvenes.

Don Enrique también nos ha obsequiado con un documento sumamente interesante. Se trata del testimonio de nuestro compañero Luis Moya [1] en la causa de beatificación del padre Domingo Lázaro:
Declaración de Luis Moya Blanco
Luis Moya Blanco fue testigo en la Causa de Beatificación de Domingo Lázaro, el día 2 de junio de 1989. He aquí la copia de su declaración, tal como consta en el “Summarium” del proceso:

«Yo conocí al Siervo de Dios P. Domingo en el año 1924, cuando él vino al Colegio del Pilar como Superior. Yo ya había terminado mis estudios, pero seguí siendo congregante de la Inmaculada y todos los domingos acudíamos al Colegio. Y así hasta 1930. Del año 1930 al 1932, aproximadamente, estuve fuera de España y cuando regresé volví a tener contacto con el Siervo de Dios hasta que él falleció. Mientras fui congregante, el contacto fue esporádico, pues ya he dicho que veníamos a Misa, pero no siempre la celebraba él. Y si hay algún contacto personal, yo no lo recuerdo en este momento. Cuando regresé de América el contacto se hizo más intenso, porque yo me encargué de rematar las obras del Colegio del Pilar, porque habían empezado a caerse las cornisas y los pináculos. Recuerdo que el P. Domingo me llamó porque se había desprendido de la fachada de la callé Castelló un bloque de 200 Kilos, que cayó a un metro del marianista D. Juan Alonso [2], que estaba paseando por el patio. Recuerdo también que fue una obra costosa y durante toda ella estuve en contacto íntimo y permanente con el Siervo de Dios. Y este trato no se interrumpió, pues incluso yo viví los últimos momentos del Siervo de Dios. Posiblemente me marché media hora antes de que él entregara su alma al Señor… (palabras explicando que viene a declarar con toda libertad, sin sugerencias previas de nadie). A mí me gustaría mucho que Domingo Lázaro fuera elevado a los altares. Y es que era un hombre que cautivaba en su sencillez por lo mucho que hacía y todo calladamente.

Yo conocí el libro del Siervo de Dios “Doctrina y Vida cristianas”; y es más yo hice el dibujo de la Custodia de Zamora que aparecía en dicho libro (2ª ed. 1923, p. 304). Y tengo una anécdota muy curiosa, y es que cuando me hice novio de mi mujer, ella había estudiado en el Colegio Instituto de la Bienaventurada Virgen María, vulgo Madres Irlandesas. Y resultó que estas religiosas, sin tener ninguna vinculación con la Compañía, tenían el libro del P. Domingo como libro de texto. Y mi novia a través de ese dibujo me conocía a mí antes de que nos conociésemos personalmente. Tengo que decir que en mi casa conservamos dos ejemplares de este libro, el mío y el de mi mujer. Y sin poder hacer un juicio crítico del mismo, porque no me considero capacitado para eso, lo he considerado siempre un libro magnífico. Yo en este momento no recuerdo haber leído escritos sobre el P. Domingo. Tengo idea de que, cuando él falleció, la prensa escribió sobre él, pero yo en este momento no lo recuerdo.

Yo fui el arquitecto que diseñó el Colegio de la Fundación de Santa Ana y San Rafael para impartir enseñanza gratuita (1945). Y esta Fundación trajo unas complicaciones que se convirtieron en un pleito interminable porque los herederos de la Marquesa de Bárboles plantearon una impugnación del testamento y este pleito llegó hasta Tribunal Supremo. Y recuerdo que al final se le dio la razón a la Compañía de María en contra de los herederos de la Marquesa.
Domingo Lázaro tenía una conciencia clara del peligro para la enseñanza católica que suponían las leyes civiles de aquel tiempo. Recuerdo que estando aquí en el Colegio y paseando con él yo le comentaba que, con motivo de la subida de las derechas al poder, yo veía la situación con optimismo. Y pude observar que él echaba tierra mi optimismo, haciendo un análisis de la situación que a mí entonces me pareció negativo. Pero los hechos terminaron por darle la razón y lo que a mí parecía negativo en él resultó que era una visión muy realista de cómo se estaba desenvolviendo la historia de la vida española y su futuro.

Me enteré que el Siervo de Dios estaba gravemente enfermo. Vine a verlo y me pasaron a la enfermería. Estuve un rato con él e intenté hablarle, pero él no me contestaba. Tengo que decir que a pesar de mis treinta y un años yo no había visto morir a nadie. Y cuando salí de la enfermería yo no saqué la impresión de que fuera a morir inmediatamente, pero lo cierto es que a la media hora de marcharme yo me dijeron que el Siervo de Dios había expirado. A la pregunta que se me hace de la fama de que gozaba el P. Domingo sólo puedo decir lo que pensaba yo de él. Y habiendo tratado a muchos intelectuales como D. Juan Zaragüeta, Eugenio d’Ors y Xavier Zubiri y otros muchos científicos, etc., yo veía que la diferencia del Siervo de Dios con todos ellos estaba en su sencillez. Porque a la hora de demostrar su saber tenía tanta categoría como los otros. Y debo confesar que precisamente por esta sencillez nunca llegué a pensar que pudiese ser un santo. Pero me he llevado una gran sorpresa y una gran alegría cuando he sabido que se estaba haciendo este proceso de Canonización. Y esto me demuestra que en mi interior sí que existía este pensamiento no cuajado.
Esta sencillez del Siervo de Dios en el fondo estaba revelando una constancia y firmeza en sus principios y sobre todo una fe vivida por él de una manera intensa. Y considero también que esta causa es oportuna pastoralmente por ese realismo que él demostró al analizar la situación española sobre todo a nivel religioso, que era el que a él le interesaba. Y también por todo lo que él hizo para ponerle remedio.

Yo estoy convencido de que Domingo Lázaro practicó la virtud de la fe en todas las circunstancias de la vida, pero no poseo ningún dato concreto que lo demuestre, o por lo menos no lo recuerdo ahora. Desde luego jamás vi en él falta alguna contra el espíritu de fe, ni tampoco lo he oído decir a nadie. Él no era pesimista sino clarividente para analizar las situaciones que se le presentaban. Y desde luego practicaba la virtud de la esperanza, porque aunque la realidad la viese muy mal, él siempre pensaba que tenía remedio y procuraba poner los medios a su alcance.
Estoy convencido de que el P. Domingo practicó la virtud de la caridad para con Dios. Algunas veces celebraba la Misa para los congregantes y sobre ella me ha quedado esa impresión general que ya he dicho: la sencillez en todo lo que hacía, hasta tal punto que parecía que no le costaba trabajo por la prontitud y constancia que ponía en todo.
Sobre la caridad con el prójimo lo que se me ha quedado muy vivo de él es que analizaba el mal y trataba de ponerle remedio, pero en todo momento se mostraba respetuosísimo para con las personas y con las instituciones, por más que en sus análisis muchas veces estuvieran reflejadas.
No observé que Domino Lázaro fuera indeciso o parsimonioso en sus decisiones, por lo menos en aquello que respecta a la reparación del edificio de este Colegio del Pilar, pues ante el peligro que vio al desprenderse aquel volumen de 200 kilos, no dudó ni un momento en que había que tomar una decisión rápida a pesar del coste de la misma, pues recuerdo que fueron 70.000 pesetas, cantidad importante para aquella época. Y para mí esa prudencia fue por lo menos extraordinaria.

Por mi trato con el siervo de Dios puedo decir que en todo momento le vi como un religioso fiel cumplidor de sus deberes. A nivel de relaciones laborales, cuando tuve que reparar cornisas y pináculos del edificio de este Colegio, fueron unas relaciones perfectas. Y tengo que decir que se diferenciaba mucho de otras personas y entidades, pues muchas veces las obras se paralizan porque los pagos no se realizan a su debido tiempo. Y con el P. Domingo no fue así, pues nunca hubo problemas en este sentido. Y además cumplió en todo perfectamente en lo que se refiere al respeto a los derechos de las otras personas y a la justicia social con los trabajadores y empleados, por lo menos en este ramo de la construcción y en lo que yo pude observar.
En el modo de vestir y de comportarse D. Lázaro era un sacerdote como los demás, es decir vestía con mucha sencillez y se comportaba siempre de una manera digna. Con respecto a la humildad, yo querría insistir en que es la virtud que mejor define al Siervo de Dios. Es decir, esa sencillez que él ponía en todas las cosas y que es la manifestación de una vida ejercitada en la virtud, de un modo constante, equilibrado y sin estridencias.
Yo nunca he oído que el Siervo de Dios tuviese experiencias contemplativas o místicas, o gracias especiales de oración, o que estuviese dotado de dones carismáticos especiales. También aquí me vuelvo a referir a lo mismo: sencillo en todas sus manifestaciones. Sí recuerdo que se habló alguna vez de un hombre extraordinario. Y estos comentarios los oí yo a raíz de su fallecimiento.»
Notas del Editor:
- Luis Moya Blanco (1904-1990): Promoción de 1919. Arquitecto. Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Director de la Escuela de Arquitectura. Entre sus numerosas obras podemos destacar el Museo de América, la Iglesia y el Colegio de Santa María del Pilar de Madrid, el Colegio Mayor Chaminade o el pabellón del patio norte del Colegio de Nuestra Señora del Pilar de Madrid.
- Juan Alonso y Alonso (1868-1946): Primer marianista español.
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