En estos días en los que el calor empieza a dejarse notar, los días se alargan y el sol luce en lo alto del cielo, ¿quién puede resistirse a la tentación de hacer una escapada a los alrededores de Madrid? Eso mismo pensaron los estudiantes del Pilar de hace más de un siglo, y decidieron organizar para los miembros de la Congregación, una salida al monte de El Pardo.

El día elegido fue el Miércoles 7 de Mayo de 1913. Gracias a lo detallado de la crónica que se publicó en la revista Recuerdos de ese año, podemos trasladarnos sin dificultad un siglo atrás.

Paseo de los Congregantes.


El día 7 de Mayo era el señalado para el paseo que la Congregación acostumbra a dar cada año. A las nueve de la mañana 60 expedicionarios invadían la minúscula estación de tranvías del Pardo, y momentos después ocupaban el coche que tenían reservado y que se sintió incapaz de dar entrada a aquella avalancha humana. [1]

El tranvía de El Pardo hacia 1910.
El tranvía de El Pardo hacia 1910.

El entusiasmo entre gente joven en día de labor y estando de excursión nunca falta, y buena prueba de ello tuvieron cuantos del Pardo a Madrid pasaron junto a los excursionistas. Aplausos, aclamaciones y hasta algun abucheo a un ciclista torpe que dió con sus huesos en la cuneta del camino, fueron las manifestaciones más salientes de la alegría general.

Al llegar al Pardo el entusiasmo se resfrío un poco por efecto del… sol, de la empinada cuesta que lleva al Convento de Padres Franciscanos y de la impedimenta, poco después tan sabrosa, pero por el momento tan molesta.

Tras un corto descanso en la explanada que se extiende frente al Convento, desde donde se domina tan magnífico panorama y se respira el aire puro y fresco de la sierra, todos los Congregantes penetraron en la Iglesia para asistir a la misa celebrada por uno de los presidentes de la Congregación. La parte religiosa del día comprendía además una pequeña plática que el encargado de dirigir la palabra se guardó muy prudentemente para sí, entendiendo que cuando el cuerpo tiene exigencias justificadas hay que atenderlas, so pena de estropear lastimosamente las mejores cosas.

Vista del convento de El Pardo a principios del siglo XX.
Vista del convento de El Pardo a principios del siglo XX.

La comida fue uno de los cuadros más pintorescos que puede darse, y que merecía haberse fijado por el pincel de algún artista, o por lo menos por la modesta cámara fotográfica. Distribuídos en grupos de tres o cuatro, según las afinidades que establece la amistad, y para algunos según las exigencias de un menú formado en colaboración, empezaron a salir de las entrañas de las cestas, cabás y demás variados continentes, los más suculentos y exquisitos manjares que el arte culinario de las mamás puede confeccionar tratándose de sus hijos; todo ello sazonado con la carrerita de la mañana y el aire puro del monte, formó el banquete más ideal que darse puede.

Después de la comida —¡da horror decirlo!— hubo Congregantes que, hasta tal punto se olvidaron de su representación, que no tuvieron a menos abrazar la profesión de ladrones, y se dieron a correr por aquel quebrado y selvático terreno para emular las hazañas del tristemente célebre Vivillo [2]. Gracias a Dios entre los mismos Congregantes se organizó una partida de gentes de bien que se dedicaron a purgar aquellos lugares de gente maleante, lo que al fin lograron, terminando bien la aventura.

Antigua postal del Palacio Real del El Pardo.
Antigua postal del Palacio de El Pardo.

Entonces hubo que pensar en la vuelta y en juntarse los que poco antes habían ido a visitar el palacio real.

A pesar del quebranto natural del cuerpo, la alegría no decreció un momento, y llegamos a Madrid con la lengua expedita y el alma satisfecha.

Hasta otro año.

Notas del Editor:

  1. La línea de tranvías a vapor desde San Antonio de la Florida a El Pardo estuvo en funcionamiento desde 1902 a 1934 cuando el servicio se interrumpió definitivamente.
  2. Joaquín Camargo Gómez (Estepa 1866-Buenos Aires 1929), conocido como «El Vivillo», fue un famoso bandolero que actuó en tierras andaluzas en la primera mitad del siglo XX. En los años previos a la acción narrada en esta crónica alcanzó gran popularidad al ser absuelto y, una vez asentado en Madrid, al escribir sus memorias.