El próximo 30 de Junio se cumplirán sesenta años de la desaparición de uno de los más geniales literatos de nuestro país: Agustín de Foxá. Diplomático, escritor, poeta, periodista y autor teatral de indudable personalidad; fue precisamente este carácter original, el que le hizo ganarse las enemistades de unos y otros. Hoy en día, despreciado y condenado por la progresía literaria dominante debido a su militancia falangista -que le llevó incluso a ser uno de los artífices de la letra del “Cara al Sol”-, esta efeméride pasará completamente inadvertida. Quiero, sin embargo, dedicarle desde este humilde espacio un merecido homenaje que le rehabilite, al menos, como pilarista convencido; enamorado, como pocos, del colegio y nostálgico de su infancia.

Para comenzar este homenaje, que ha de llevarnos durante todo el mes de Junio a recordar su cuidada prosa y su delicado verso, he elegido un artículo escrito por el Conde de Foxá para el boletín de la Asociación de Antiguos Alumnos con motivo de la reunión de las bodas de plata de su promoción. Espero que lo disfrutéis.

El Colegio en la Nostalgia

Se nos convoca a quitarnos 25 años -sin pactos como el de Fausto- aunque esta vez también ganaríamos el alma. El alma en fiestas de la adolescencia, con frutales de ilusión. El alma, de pradera con luna, de hongos y grillos violinistas, de la niñez.

Agustín de Foxá con sus compañeros de clase en la reunión de las bodas de plata de la promoción de 1923.
Agustín de Foxá con sus compañeros de clase en la reunión de las bodas de plata de la promoción de 1923.

¡Oh, sí! venga ese «día de colegio». Aquel mapa, de ninguna parte, con todos los accidentes geográficos, de cabos, istmos, bahías, penínsulas y volcanes. Aquel grabado de Abel, con el humo del sacrificio de Caín caído hacia el suelo como una cabellera, o el de Goliat de cuyo ojo surgía un surtidor de sangre.

¡Puntero de don Juan Luis, en párvulos «A» cruzando con toda facilidad el pirineo nevado! ¡Oh, virgen blanca, entre grandes hojas verdes de enredaderas de Goya, 16! ¡Olor a naranja, a yodo y herido con arena de los campeonatos de fútbol! ¿Os acordáis de Sangro [1] y Nicolás [2]? Nadie centraba como Cominges [3], ni tiraba como él desde «córner» junto a los cristales del invernadero con sus persianas verdes y aquel interior caliente, con luz de fondo de mar tropical.

Estatua de Goya en la calle Velázquez.
Estatua de Goya en la calle Velázquez.

El libro de cálculo y el chirriar del tranvía junto a la estatua de Goya, en la neblina de las ocho de la mañana, con sus monstruos en el pedestal. Y el «regaliz» de la tienda de enfrente donde con trozos de loza habían escrito «cacharrería» y la «ch» era una jarra con un plato roto en forma de media luna, delante.

Había ya los poetas que preferían una estampa a un bombón o a un «bon point» en la clase de don Alonso [4] donde él elegía a sus «alhajitas». Y los guerreros que trenzaban la bufanda invernal para zurrarse y convertían en fortaleza aquel árbol en forma de V que había en un extremo del patio. Y el financiero que ganaba todas las bolas de barro del «gua» con la suya de cristal con un interior de iris, como un caramelo de los alpes.

Era una sociedad en pequeño; y a veces pasaba al atardecer, llenándonos de inquietud y misterio, el que llevaba «l’aceusateur» (sic).

El mundo era entonces fabuloso; nunca hemos hecho un viaje más lejano que aquella excursión a Alcalá o a la del trenecito del Pardo, o la de Cercedilla cuando escondíamos naranjas en la nieve, con la tortilla fría y la ternera empanada junto a la fuente; que luego relatábamos en «Recuerdos» como si se tratara de una excursión al Himalaya.

¿Recordáis lo que eran las vacaciones, la magia, la imantación de esa palabra; lo que significaba una gota de resina de los pinares, un ala de saltamontes en nuestro libro de texto?

Después del Colegio, ya nunca hubo vacaciones; sino veraneo.

Fachada del edificio de Claudio Coello 41. Circa 1912.
Fachada del edificio de Claudio Coello 41. Circa 1912.

Claudio Coello, 41 era un gimnasio; unos grabados de agricultura. «Trigo ondeado por el viento» y aquel lema «La verdad os hará libres«, de la entrada, que hizo entrar a algunos obreros que preguntaban si se trataba de algún club o sindicato libertario.

En el patio había cobertizos para la lluvia y veíamos subir herrumbrosos, a los contrapesos de dos ascensores por tristes paredes de ropa tendida.

Don Fidel, con su barba negra, su gorro y su paso gimnástico, encontraba botones carlistas en las tapias del Retiro y flechas neolíticas en la pradera de San Isidro. Un trillo, vuelto, hubiera sido para él una panoplia prechelense. Cantaba con buena voz de tenor en la capilla. Un verano en el Royo, en la provincia de Soria, habló con un pastor del Urbión para saber «cómo era la mentalidad del hombre prehistórico». Soria es país de emigrantes y aquel neolítico se pasó dos horas explicándole a nuestro querido don Fidel, cómo era Nueva York, donde había vivido dos años.

Alumnos practicando ejercicios gimnásticos en el patio del colegio. Circa 1916. Fuente: Archivo privado del autor.
Alumnos practicando ejercicios gimnásticos en el patio del colegio. Circa 1916. Fuente: Archivo privado del autor.

El Padre Eugenio, pálido, con los ojos cerrados, hablaba de los Reyes Godos. Don Pedro, «el Largo» explicaba fisiología y jugaba en el patio a la pelota con un brazo en cabestrillo. Don Melquiades, cuando se enfadaba, decía que se iba a poner «las botas de chutar» y mandaba copiar la «paginita 24». En sus frascos surgían los más bellos colores, humeantes, rojos, azules, anaranjados, combinando los ácidos, y a veces alguien los cambiaba y salían colores diferentes a los anunciados. La primera división ideológica fue entre los que se confesaban con el Padre Carlos y los que nos confesábamos con el Padre Emilio.

Don Juan nos daba clase de dibujo. Decía con erre francesa, «tirando una perpendicular». Cuando se inclinaba sobre un pupitre para enseñar a difuminar una nariz griega, Quereda [5], que era el malo de la clase, le cortaba con una «gilete» (sic) los botones de la levita.

Don Pedro el «Gordo», traía pequeños arados niquelados y sembradoras, que colocaba sobre su pupitre como si fuera un surco. Nos daba una semilla o un mineral para que lo clasificáramos y en medio de la geología y los millones de años de la Era «arcaica» o «secundaria», intercalaba, con los ojos llorosos, alguna anécdota sentimental. Con su fe sonriente hacía inofensivo el racionalismo de Linneo o de Darwin

El que menos sabía de Historia, fue el pobre Herrero [6] (que murió en quinto año) quien al ser preguntado por el Rey númida Yugurta se levantó y lo señaló en el mapa, al lado de Palermo, según creo. Y el más flojo en psicología, Luis Esteban [7] (aunque era el primero en otras asignaturas) que tras una confusa explicación del análisis, al oir a don Pedro Saralegui [8] preguntarle «Síntesis»; se «sentó», creyendo que así se lo ordenaban

¡Qué armonía entre nuestras piernas musculares de futbolistas, y nuestro corazón poético del mes de las flores! Cada sección, A. B, C, adornaba a su Virgen de yeso, con terciopelos azules al fondo, estrellas de oro y flores artificiales. Y en la tarde, la historia de algún milagro de Lourdes, y algún grabado de alguna niña paralítica entre rosas.

Vista general desde Príncipe de Vergara.
Vista general desde Príncipe de Vergara.

El traslado a Castelló fue espectacular; la máquina neumática y la de las descargas eléctricas salieron a la calle. El viaje del «hombre plástico» despedazado, -unos llevaban su hígado de pasta y otros sus riñones- fue un crimen incruento en el que no intervino la policía, porque había entonces mucha impunidad. Castelló era todo vidrieras, ángeles y blancura. Fue ya el lujo y parecía que todos habíamos heredado.

Nos seguían por los pasillos grecas de hojas verdes o cerezas. Y, en la capilla, el sol encendía la llaga transparente del Señor en la vidriera de la Crucifixión.

El comedor, con sus peces de ojos miopes y y sus verdes corrientes de agua en azulejos, se transformó en «Salón de Actos» para reuniones de versos, el canto del «Herrerito» y el busto policromado del Padre Chaminade entre tiestos con palmas.

Salón de actos.
Salón de actos.

Un antiguo alumno, de Alférez de Navío, ponía su espada sobre la bandera blanca y azul de la Congregación. Alguna vez asistió la Infanta Isabel.

Escribíamos en un periódico infantil, que primero salió impreso en esa especie de mermelada de moscas, en gelatina manchada de tinta, y luego en la imprenta de Urgoiti. Lo dirigía J. A. Bas [9] y era secretario Luis Cifuentes [10]. Se llamaba «De todo un poco«. En él publiqué unos versos muy malos al Cid, ilustrados por Carlitos [11], el Infante, al que algún espíritu republicano acusó de haber calcado la bélica figura de Rodrigo, sobre una «Sota de Espadas»

La Congregación perfumaba nuestra adolescencia. Abajo estaba la Imagen en su verdosa gruta artificial. La edad empezaba ya a matar al niño en nuestro corazón, ese niño que había defendido heroicamente nuestro colegio, y que todavía late en nosotros y que es el que hoy nos congrega.

De Castelló conservo dos recuerdos. Cuando Ramón Pastor [12] habló en el «Salón de Actos» de aquel muchacho que muerto su padre, y en difícil situación económica, recogía durante años todos los meses el sobre azul de la cuenta con un papel en blanco, para terminar diciendo «aquel niño, era yo…»

Y cuando, decretada por la República la supresión de la enseñanza por las Órdenes Religiosas, gritó el Padre Domingo, desde lo alto de un balcón con flores, donde estaba el altar «Dios no muere«.

¡Veinticinco años de todo esto! ¡cuánto daríamos por recobrar aquella luz, aquel perfume de las rosas de entonces…!

¿No veis? el aire es el mismo y el sol igual, anuncia vacaciones. Sólo nosotros hemos cambiado.

¿Dónde están nuestros profesores? La mayoría de ellos, como en los patios a fin de curso ante un fotógrafo, ahora podrán formar su grupo en el cielo.

Ya se ha borrado nuestra huella en el patio; y se ha perdido nuestra risa en el juego.

Pero algo fresco y puro, juvenil e ilusionado guardamos en nuestro pecho, y sabemos que eso no se marchitará nunca, y que ante las nuevas generaciones, esperando a nuestros hijos, aquí continúa el Colegio perfumando a España. 

Agustín de Foxá
Conde de Foxá

Notas del Editor:

  1. No sabemos a cuál de los hermanos Sangro Torres se refiere al autor (Melchor (22), José (23), Pedro (29) o Ignacio (31)).
  2. Puede referirse a alguno de los hermanos Nicolás Isasa.
  3. Francisco Cominges Tapias: Promoción de 1923.
  4. Debe referirse a Juan Alonso y Alonso (1868-1946), primer marianista español.
  5. Rafael Quereda Bárcena: Promoción de 1923.
  6. Puede referirse a Agustín Herrero Platón.
  7. Luis Esteban Goicoechea: Promoción de 1923.
  8. Pedro Martínez Saralegui, SM: D. Pedro fue muchos años profesor de filosofía, psicología y lógica, introductor de la psicología experimental en España, autor de varios libros y fundador de los colegios marianistas de Buenos Aires y Santiago de Chile.
  9. Juan Antonio Bas Rivas: Promoción de 1923.
  10. Luis Cifuentes Delatte: Promoción de 1922.
  11. S.A.R. Don Carlos de Borbón y Orleans (Santillana 5-9-1908 – Éibar 27-9-1936): Promoción de 1923. Presidente de honor de la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio del Pilar de Madrid. Era hijo de S.A.R. don Carlos de Borbón y Borbón, hijo del Conde de Caserta y de S.A.R. Dña. Luisa Francisca de Orleáns y Orleáns, hija de los Condes de París y; por tanto, hermano de la condesa de Barcelona y tío de S.M. el Rey Don Juan Carlos I. Muerto en la batalla de Éibar durante la Guerra Civil. Caballero Gran Cruz de la Orden de Carlos III.
  12. Ramón Pastor Mendívil: Promoción de 1915. Director de ABC de 1946 a 1952 y miembro de la primera junta directiva de la Asociación de Antiguos Alumnos del Pilar.