Hoy comparto con vosotros una composición literaria del pilarista Hernán de Martín-Barbadillo, del que ya publicamos hace unos meses El primer combate. Hernán nos describe a la perfección los distintos caracteres que se dan en una clase del colegio, para terminar su narración con un toque de nostalgia. Nuestro compañero había dejado un año antes el Pilar, pero parece que ya lo echaba de menos.

Como aspecto curioso, me llama la atención cómo en aquella época parece que se jugaba ya al célebre balón-tiro o balón prisionero al que todo pilarista que se precie ha jugado alguna vez.

Respecto al autor, nuestro compañero Hernán Martín de Barbadillo y Paúl, Conde de San Félix, general togado del ejército y Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort, sólo comentaros que fue alcalde de La Coruña en 1937 y hermano de Tomás, del que ya hemos hablado en otras ocasiones. Actualmente, su figura está, desgraciadamente, denostada y perseguida por la ley de la “desmemoria histérica”.

El Colegio.


Al principio del Colegio es como un fantasma horrible del que hablan los padres cuando cualquier hecho realizado por el hijo muestra la imprescindible necesidad de hacerle comprender que hay más allá de la azotina y del cuarto oscuro, un lugar en que tendría que portarse bien porque si no…

Por fin llega el día en que el fantasma, con caracteres casi humanos, se dispone a recibir a aquella nueva víctima.

Edificio de Claudio Coello 41, en el que se impartían las clases de segunda enseñanza.
Edificio de Claudio Coello 41, en el que se impartían las clases de segunda enseñanza.

La entrada es un tanto imponente: unos cuantos muchachos desconocidos, antiguos alumnos, miran con curiosidad al recién venido y en seguida lo asedian con preguntas técnicas. «¿Qué notas ha tenido? ¿Su asignatura predilecta?» y otras muchas cosas de este género; mientras tanto no faltan algunos futuros compañeros a través de cuyos ojos se advierte una sonrisa mal contenida, y en cuyos labios se adivinan frases nada benévolas.

Al cabo de unos meses ya conocen a todos los de su clase, tiene ocasión de observar sus distintos caracteres, desde el compañero flemático, al que no alteran reprimendas de los profesores, que acoge todo con escéptica sonrisa, que casi nunca se impacienta y que si lo hace es momentáneamente, hasta el que la más leve reprensión molesta, que se irrita por la pérdida de un puesto y que siempre ve conjuras y confabulaciones contra él. Nunca falta tampoco el compañero satírico, a cuya aguda lanceta no escapa acto alguno, y que siempre con una frase irónica en los labios, espera los acontecimientos. Otro carácter bastante frecuente, es el del enredador; no es artero, no tiende sus redes con el propósito de hacer caer a nadie, lo hace por afición, porque a su genio travieso, sin incidir en lo malévolo, deleita al ver las momentáneas angustias de sus amigos al recibir tal o cual falsa noticia. Está también el amigo sencillo, que carece de ideas, opina lo que piensan los demás, de fondo bueno, pero deslucido por una apariencia despreocupada. Otro es el impenetrable: habla de todo, todo lo comenta, todo lo discute, y sin embargo su vida fuera del Colegio es un misterio. ¿En qué se ocupa? ¿Cuáles son sus aficiones, sus deseos? Nada se sabe de él. Hállase por fin el pequeño de la clase; un muchacho que, o por ser listo, o por habilidades de sus padres ha adelantado algunas asignaturas y está entre compañeros que son mayores que él, que lo tratan como a un hermano menor, que lo mortifican por el afán de verlo furioso, gritando medio lloroso que lo que le están haciendo se lo dirá al Director que, incluso, si le molestan mucho, será él mismo el que les dará el bofetón.

Alumnos practicando ejercicios gimnásticos en el patio de Goya 16. Circa 1916. Fuente: Archivo privado del autor.
Alumnos practicando ejercicios gimnásticos en el patio de Goya 16. Circa 1916. Fuente: Archivo privado del autor.

Existen también en toda clase sus puntos de orientación, los puntos de clasificación de sus compañeros: fulano es el más listo y mengano el más torpe, con mucha diferencia; tal cual es el más feo y cuál otro el que ostenta la representación de Narciso; el más alto y el más bajo, y en general, cada muchacho es el punto ordinal en una dirección: en pereza, en habilidad en los juegos, etc.

Al encontrarse todas estas fuerzas, opuestas unas, unidas otras, se produce esa multitud de hechos nimios que entrelazándose forman «la vida de Colegio». Hay pequeñas banderías que se manifiestan con motivo de la ocupación de los primeros puestos o a causa de cualquiera discusión que surja; otras veces existen potentes parcialidades: éstas aparecen sobre todo con motivo de los juegos; siempre son los mismos en uno y otro bando; luchan encarnizadamente, hay momentos de emoción, parece que ganan éstos, pero no; los otros se reponen; el jefe tiene sangre fría y al final, sereno y tranquilo ha dado con la pelota al último contrario; gritos de júbilo celebran la victoria; a ellos únense las imprecaciones al último vencido… si se hubiese inclinado, si hubiera saltado de lado, no le habrían dado y serían ellos vencedores.

Estas escenas son las que con ligeras variantes, repitiéndose de mil formas distintas, multiplicándose con detalles que las caracterizan, duran todo el tiempo que se está en el Colegio. Al fin llegan los últimos exámenes y… bachilleres.

Bachilleres curso 1912-1913.
Bachilleres curso 1912-1913. De pie: Luis Puig-Mauri Santa-Ana, José Herrera López, J. de la Vega, Hernán Martín Barbadillo de Paul, F. de la Vega, Juan Manzanedo Mimenza. Sentados: Álvaro d’Estoup Barrio, José Antonio Gutiérrez de la Vega García-Muñoz, Antonio Casani Queralt, Antonio González-Echarte Sola, Tomás Martín Barbadillo de Paul.

Al año siguiente unos van a la Universidad, otros a las Academias; y todos aquellos muchachos que, durante nueve meses de varios años se han estado viendo todos los días, dejan de verse, de tratarse, se encuentran de tarde en tarde… dos… o tres en un paseo, en un teatro, y entonces a grandes rasgos recuerdan hechos y episodios que se van alejando en el camino de la vida, se preguntan unos a otros por tal profesor o tal amigo del que hace tiempo que nada se sabe, y en estos recuerdos transcurren unas horas, durante las cuales vuelven a hacer la misma vida que hicieron, y se agitan con las mismas emociones con que se agitaron.

Avanzan aún más en el camino de la vida, y un día al encontrarse dos de esos viejos amigos hablan de lo suyo, de sus recuerdos. De repente uno de ellos se detiene, mira al otro fijamente y le pregunta:

-¿Sabes algo de Fulano?

Y el otro responde con evasivas, pero al fin brota la respuesta, brutal en su sencillez, atroz en su contenido:

-Fulano ha muerto.

Esta primera muerte es horrible; significa que en el reloj del tiempo ha sonado la hora para la generación a que pertenecía aquella clase, aquel grupo de amigos, y, poco a poco, uno en pos de otro van descendiendo todos al sepulcro. De diez, de veinte que eran al empezar quedan tres, quedan cuatro.

Y entonces es cuando la imagen del Colegio, que es como el símbolo, la bandera en que encarnan aquellos recuerdos adquiere una suavidad extraordinaria y no es el terrible fantasma del principio, sino el amigo que acompaña en las vicisitudes por que todo hombre atraviesa, y al recordar aquellos días en que, libres de preocupaciones asistían a sus aulas y en que aparecía la vida como un fácil camino que recorrer, y al contemplar después cómo esa senda está señalada con jirones de esperanzas que son como los hitos fundamentales que muestran los principales desengaños sufridos, no pueden menos de unir su voz a la del poeta que allá, a mediados del siglo XV, exclamaba tristemente:

«Cómo a nuestro parecer
Cualquiera tiempo pasado
Fue mejor».

HERNÁN DE MARTÍN-BARBADILLO.

Madrid-19-V-1914.