En esta ocasión os traigo una de las composiciones literarias que aparecían en el número de la revista Recuerdos correspondiente al curso 1913-1914. El autor es José Ignacio Vaillant y Tordesillas (1900-1955), Marqués de Candelaria de  Yarayabo y Marqués de Ustariz. Espero que os guste esta fábula.

El Lobo y la Zorra


Paréceme, amiga zorra, que vas de caza.

-No, señor lobo. Es que salía a dar una vueltecita por aquí y de paso a ver si encontraba algo con que poder alimentarme, pues desde esta mañana no he comido nada.

-Pues estamos en el mismo caso y voy sintiendo unos hormigueos en el estómago que indican que no me vendría nada mal tomar un bocado; de manera que si a usted no le molesta, seguiremos juntos.

El lobo al hablar así tenía sus razones, pues pensaba que después que la zorra le hubiese llevado a darse un festín podría completarlo comiéndose a su compañera a manera de postre. Pero el buen señor no había contado con la huéspeda y era que la zorra tenía su poquitín más de astucia que él y que adivinando sus planes le endilgó esta plática:

-«Señor lobo, como a mí me gusta quedar bien con las personas como usted, me consideraría muy honrada con que me ayudara en la captura de un hermoso queso que hay en el corral de una de las casas a la entrada del pueblo.»

Aceptado el convite por el lobo, los dos compadres se pusieron en marcha, con todo género de precauciones, pues no era cosa de encontrarse con los mastines del pueblo y recibir unos cuantos mordiscos en lugar del queso que venían buscando.

Poco a poco disminuían los ruidos de la aldea y tan sólo se escuchaba el ladrido de algún perro que pronto se dejaba de percibir. La luna iluminaba aquellos dos cuerpos que proyectaban su sombra en el camino yendo ambos amigos muy pensativos: el uno cavilando sobre si el queso estaría fresco y dirigiendo a la zorra miradas con el rabillo del ojo, para cerciorarse de que sería un manjar apetitoso, y la otra frotándose las manos con disimulo al pensar de qué modo tan ignominioso iba a guasearse del lobo.

Llegaron al corral y la zorra, que distraídamente se había ido adelantando, quiso plantarse de un brinco en la tapia para saltar abajo y escaparse; pero el lobo, que en este caso demostró tener mejor olfato que un detective, dando un salto cogió á la zorra con mucha suavidad por una oreja y le insinuó al oído:

-Si se atreve usted a levantar una pata más de prisa que la otra, se queda sin extremidades, que dada su robustez deben estar sabrosísimas. Después de tan gran derroche de inteligencia al improvisar él sólo ese brillante discurso, el lobo, sin perder de vista a la zorra, colóse en el corral.

Allí había un pozo, y al fijarse la zorra que la luna se reflejaba en sus escasas aguas, llamó al lobo diciéndole:

-Ahí tienes el queso que te he prometido y sólo falta que bajes a cogerlo.

-Quita, mujer; tú lo que quieres es que yo baje para que entre tanto tomes tú las de Villadiego, y no te vuelva a ver el pelo. Así que ya estás empezando a bajar.

-Bueno hombre; parece mentira que seas tan desconfiado, sabiendo las buenas intenciones que tengo respecto a ti; pero ya que quieres que baje, por complacerte lo haré.

Subiendo sobre el brocal del pozo la zorra se acomodó en uno de los cubos y descendió suavemente. Apenas había llegado abajo que el lobo le gritó:

-No le des un solo bocado.

La zorra contestó:

-Como es tan grande y pesa tanto, no puedo con él.

-Pues pártelo y súbelo en dos veces.

-Como está tan curadito y no tengo navaja, tampoco lo puedo partir; de manera que lo mejor es que bajes tú a ayudarme.

-Espera un momento; que en seguida estoy ahí. Y metiéndose en el otro cubo empezó a bajar, quedándose todo asustado al ver que el otro cubo subía; pero no es eso lo peor, sino que en él iba la zorra; así es que cuando el uno llegó arriba, el otro se tiraba de los pelos en el fondo del pozo, comprendiendo, cuando ya era tarde, la jugarreta de la zorra.

Ésta, al ir hacia su casa, razonaba de esta manera para acallar los remordimientos de su conciencia.

-Puede ser que esta noche llueva, y el lobo se salvará si se llena el cubo de arriba, y si no se salva bien empleado le está, por querer convertirme en fiambre.

J. VAILLANT.