Hoy vamos a recordar al primer pilarista. Es decir, al primer alumno del Colegio del Pilar, Faustino Vial de Kerdec Pérez, según el Anuario de 1969, o Faustin Amédée Vial de Kerdec Cheny según las fuentes francesas. Faustino nació el 15 de Diciembre de 1897 en Alora, provincia de Málaga, donde se habían asentado sus padres. Debido al origen francés de su familia, supongo que al recibir la noticia de la próxima apertura de un colegio regentado por los religiosos marianistas y en el que se iba a dar un especial valor a la enseñanza en francés, no dudaron en inscribir al muchacho en el nuevo centro.
Después de abandonar el colegio en 1913, terminó sus estudios en el Colegio Stanislas de París, también regentado por marianistas. Al estallar la I Guerra Mundial, Faustino, se alistó voluntario en el 52 Regimiento de Artillería francesa, encontrando la muerte el 4 de Febrero de 1916 en Neuville Saint Vaast en el Pas de Calais, como se puede observar en el documento que acompaña este artículo.

En la comunicación enviada por el mando decía:
«El aspirante Kerdec, mi segundo, ha caído en el campo del honor con dos artilleros. Una mina acabó con su vida. Era subteniente. Está enterrado en Ecoivre, cerca de Calais. Tenía 18 años.»
Se le concedió la Médaille Militaire y la Croix de Guerre. Sus restos se encuentran enterrados en el cementerio militar británico de Ecoivre, fila 19, tumba 649.

Os dejo ahora con la carta que envió en 1914 a su añorado colegio de Madrid y que se publicó en la revista Recuerdos del curso 1913-1914. Espero que os guste.
Añoranzas
Cualquier tiempo pasado
Fue mejor.
J. Manrique
Lo que os voy a contar, son mis recuerdos, mis mejores recuerdos. En aquel tiempo era yo un niño, y las impresiones que entonces recibí, se grabaron profundamente en mi corazón. Que nadie se extrañe, pues, de la fidelidad de mis recuerdos, viejos ya, puesto que tienen siete años. Todos ellos se concentran en mi Colegio de Madrid, en aquel Colegio del Pilar que yo vi nacer, y cuyo desarrollo seguí paso a paso. Hoy quisiera contároslo, ese nacimiento, y mostraros un Colegio pequeño y humilde, modesta simiente de un árbol que ahora se ostenta frondoso y lleno de generosa savia…
Era el 15 de Septiembre de 1907. Aquel día, por la tarde, subí al piso segundo del número 18 de la calle Goya, cuna del Colegio. Acogióme e Director con su franca y sonriente cortesía; atravesamos una entrada anegada de tapices, alfombras y esteras, un saloncito medio arreglado, y entramos en un gabinete, término de nuestra peregrinación; aquel gabinete tan apacible me gustó.

-Usted es el primero, díjome el Director cuando nos hubimos sentado: diciendo esto apuntaba, sonriendo, mi nombre en un hermoso cuaderno nuevo; y yo me sonreí también, porque me llenaba de orgullo el saber que en la primera página del primer cuaderno, oficial diremos, del Colegio, hallábase mi nombre inscrito en la primera línea. Así llegué a ser, alumno del «Pilar» y así el naciente Colegio acogió en su seno al primer alumno. Antes de irme recorrí el piso donde se estaba instalando «mi» Colegio: mil objetos diferentes, acumulados sin orden aparente, inundaban cuartos y pasillos, en los cuales trabajaban sonriente afán dos o tres Marianistas ayudados por el portero, llevando bancos, arrastrando pupitres, arreglando mesas, lámparas, pizarras, o bien engalanando las paredes con litografías e imágenes, en medio de un ruido ensordecedor de golpes y martillazos. En medio de tanto desconcierto, descubrí una apacible capillita, completamente acabada, en cuyo blanco altar se alzaba una preciosa Virgen, que parecía vestida de armiño y rodeada de un trozo e cielo. ¡Qué símbolo del futuro Colegio! A un lado, el trabajo; junto a él, la fe…

Quince días después, se abrió el curso. Pequeño, sí lo era, el Colegio. Un piso, tres clases, una Capilla y varios cuartos; tal fue su modesta cuna.
Comenzaron las clases, y desde el primer día nos entregamos a trabajar. Si alguno de mis antiguos amigos del primer año lee estas líneas, estoy seguro que el recuerdo de aquellas clases tan íntimas embargará deliciosamente su memoria; estoy seguro que dirá, como yo he dicho, que la felicidad puede también existir en un Colegio.
Año delicioso, éxitos, laureles, todo ello lo debíamos sin duda a la labor de los Marianistas, a su abnegación, así como también, sobre todo, al buen espíritu que en el Colegio entero reinaba. Aunque el primer año era la clase de los «mayores», adornada, por lo tanto, de una verdadera aureola, jamás abusamos de nuestra superioridad hacia las clases inferiores. Dábamos al contrario el buen ejemplo: era el castigo desconocido entre nosotros, porque una respetuosa amistad, cimentada por un cariño recíproco, unía a profesores y alumnos. Los excelentes consejos de D. Luis y del R. P. Carlos encontraban buena acogida en nuestros infantiles corazones, abiertos al bien por una piedad sincera e inocente, pues aún éramos niños; y cuando la Oración o la Santa Misa nos llamaba a la Capilla, la paz que la preciosa imagen de la Virgen esparcía en torno suyo, penetraba en nuestras tiernas alımas, preparándolas inconscientemente a la primera fiesta que el Colegio iba a celebrar. Que el año siguiente, el día de San José, los cuatro del primer año recibían juntos la Primera Comunión, consagrando solemnemente, por las manos del R. P. Carlos, una amistad nacida con el Colegio…..

¡Añoranzas! ¡Recuerdos! Cada vez que os evoco me procuráis un momento de dicha.
Mas ya acabo, porque si no jamás cesaría. Nunca podría deciros todos mis recuerdos, ni todos mis pensamientos. Sólo os diré que, por la intercesión de la Virgen del Pilar, Dios hubo de bendecir la humilde simiente plantada por los Marianistas, diciéndole: ¡Excelsior!….. y hoy, tallo lozano y fornido, se yergue continuando su carrera ascendente bajo la protección de la Virgen María , y dedicado a su mayor gloria.
S. V. DE KERDEC.
Antiguo alumno del Colegio del Pilar.
Fait a Paris le 28-4-14.
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