En esta ocasión quiero compartir con vosotros una divertida anécdota narrada por el pilarista Antonio Baztán (1906-1979), de la promoción de 1922. Esta narración apareció en el Boletín de Antiguos Alumnos correspondiente a Febrero de 1950. Espero que paséis un buen rato imaginando cómo serían las clases en el colegio hace más de un siglo.
Un negocio que fracasa
Esto que voy a contar ocurrió en el Colegio de la calle de Claudio Coello que tantos recuerdos tenía para los «muy antiguos“; recuerdos que la piqueta destruyó al derribar aquel edificio para construir otro en su lugar. Derribo notable en una época en que no existían aún las inmobiliarias. [1]

Recuerdo que era un día de primavera y las persianas (aquellas persianas de listones verdes, como recordaréis) estaban echadas y por los abiertos balcones entraban los pregones callejeros. Porque era el Madrid de entonces una ciudad cordial y alegre y hasta los vendedores cantaban para anunciar su mercancía.
Acabábamos de darnos una vuelta por la Edad Media. Con esto habrán comprendido los de mi época que habíamos dado clase con don Fidel; porque don Fidel no sólo nos enseñaba historia, sino que nos la hacía sentir intensamente, hasta tal punto que el que más o el que menos se quedaba a vivir por una temporada en alguna de las diferentes épocas históricas.
Esto daba origen a muchas injusticias pues, por ejemplo, don Victoriano [2] interrumpía su explicación del binomio de Newton, para exclamar:
-¡Fernández, haga el favor de atender en clase!

Y es que no comprendía que a Fernández le era imposible seguir las incidencias del citado binomio porque estaba muy ocupado en asistir a la batalla de las Navas de Tolosa, disponiéndose incluso a retar a singular combate al mismo Miramamolín en persona. ¡Incomprensiones humanas!
Como decía, terminamos; la clase de historia, se abrió la puerta de comunicación entre la Sección A y la B y apareció don Melquiades [3].
Don Melquiades tenía un antídoto magnífico para nuestras chiquilladas propias de la edad. Consistía en la página 52 de la Física que como castigo, había que copiar. La «paginita» -como él decía- no tenía nada de particular desde el punto de vista físico. Trataba de bombas aspirantes-impelentes, pero el detalle grave era que estaba toda ella impresa con letra pequeña y, por mucha prisa que se diera uno, se quedaba sin el recreo que había a continuación de aquella clase.

Mas, como dice el refrán, hecha la ley hecha la trampa, y dos condiscípulos nuestros montaron un saneado negocio. En los ratos libres hacían en su casa varias copias de la nefasta «paginita» que luego vendían a los castigados por la módica suma de dos «perras gordas».
El negocio iba viento en popa porque, como ya he dicho, era primavera y la gente andaba un poco desmandada. Para aquellos financieros incipientes fue una época magnífica. Cines jueves y domingos con sus películas de episodios, y algún que otro bollo por añadidura adquirido en la panadería que había frente al colegio.
Fue tan en auge aquel comercio que se pensó en la ampliación del negocio y uno de los socios encargó a un escribiente que trabajaba a las órdenes de su padre, la copia de la «paginita». Aquello fue la bancarrota.
En el día a que me estoy refiriendo, cayó el terrible castigo sobre un condiscípulo a quien en la lectura de notas solían llamar «trasto».

En cuanto don Melquiades dictó su sentencia, el sancionado acudió a los negociantes y estos, apresuradamente, le dieron, muy doblado, el papelito con la copia de la terrible página.
Terminó la clase de Física y el reo entregó a don Melquiades el papelito tan doblado como él lo había recibido. Lo desdobló don Melquiades y lo miró asombrado porque allí, efectivamente, estaba copiada la página 52 pero… ¡a máquina!
No es necesario decir que desde aquel día se acabó el negocio, así como los recreos fácilmente ganados y en lugar de copiar la página 52 había que copiar otras cuatro cualesquiera que estaban impresas con letra gorda, pero en cuya labor se tardaban dos recreo por lo menos.
Antonio Baztán
Notas del Editor:
- El autor confunde el edificio de Claudio Coello 41 con el de Goya 16. Este último si desapareció ya, pero el correspondiente a Claudio Coello aún sigue en pie.
- Victoriano Martínez Saralegui S.M. (1885-1967): Marianista fallecido en Madrid a los 82 años de edad. Hermano de Pedro Martínez Saralegui S.M., también profesor en el colegio.
- Melquiades Pérez Robledo S.M. (1876-1933): Marianista fallecido en Segovia a los 57 años de edad.
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