Aunque el tiempo es aún veraniego, nos vamos a trasladar por un momento a la primavera de 1915 para acompañar a los congregantes en su tradicional excursión. Fue el jueves 22 de Abril cuando 88 congregantes se subieron al tren dispuestos a pasar una agradable jornada en la sierra en compañía de algunos de sus profesores.

Paseo de congregantes.


El día 22 de Abril, con un tiempo primaveral y un sol espléndido, tuvo lugar la simpática fiesta del paseo de congregantes.

Consistía éste en un excursión a Cercedilla, pintoresco pueblecillo de la Sierra y uno de los sitios más frecuentados por los alpinistas. No es, pues, de extrañar que alegres y bullangueros esperásemos con visible impaciencia la salida del tren que había de conducirnos a dicho lugar.

Y como todo llega en este mundo, el tren, accediendo a nuestro deseos, comenzó a deslizarse suavemente sobre los carriles acrecentando poco a poco su marcha, mientras nosotros, enfrascados en amena plática, echábamos una mirada descuidada por los hermosos paisajes que desfilaban ante nuestra vista.

Cercedilla
Cercedilla

Distribuidos los alumnos en los grupos que forma el compañerismo, pasamos el tiempo en alegre jolgorio y en chanzas y diversiones de buena ley, mientras los profesores recorrían los grupos entablando animadas conversaciones con ellos, tratándolos con la familiaridad y confianza propias de amigos.

Un agudo y prolongado silbido, seguido de exclamaciones de júbilo y gritos de entusiasmo, nos anunció que habíamos llegado al término de nuestro viaje, y bajando precipitadamente al andén, salimos de la estación, atravesamos el pueblo y emprendimos la marcha por una vereda que nos condujo directamente a las primeras estribaciones de la Sierra.

Una vez allí, tomamos un angosto camino bordeado de altos árboles y empezamos la subida. Algo cansados, pero animosos y resueltos, llegamos al Club Alpino, donde después de alquilar algunos trineos, descansamos breves momentos.

Volvimos a emprender gozosos la marcha. Pronto encontramos un lugar apropiado donde poder dar buena cuenta del suculento almuerzo que en nuestras casas nos habían preparado, y nos dispusimos a acallar nuestro famélico estómago con las sabrosas provisiones que en nuestras cestas y envoltorios de todo género se encerraban.

Por fin nos dirigimos en busca de la nieve y de un lugar en condiciones para desarrollar libremente nuestras facultades deportivas. Cargados con nuestros trineos subimos la anchurosa carretera hasta muy cerca del puerto de Navacerrada, donde encontramos un sitio apropiado, en el que podíamos divertirnos sin peligro ni detrimento para nuestro físico.

Hicimos alto, y todos se dispusieron a pasar alegremente la tarde experimentando las gratas emociones del alpinismo, sin tener nada que envidiar a los países septentrionales, y sí pudiéndoles ofrecer un hermoso sol de primavera que acariciaba sin molestar y unos efluvios de los pinos que dilataban los pulmones y daban la sensación de acarrear consigo copiosas reservas de energía vital. Breves momentos para merendar y, reparadas las fuerzas, vuelta a Cercedilla a buen paso, pues urgía el tiempo.

Cuando llegamos al pueblo, trasponía el sol el horizonte inundando las nevadas cimas de la Sierra de rojizos resplandores.

Fotografías del paseo a Cercedilla de los congregantes en 1915.
Fotografías del paseo a Cercedilla de los congregantes en 1915.

Mientras el tren corría desfilaban ante nuestra vista, en fantástica procesión, árboles corpulentos y frondosos, casas de alegre aspecto, enormes bloques de granito… y en la negrura de la noche, todos estos objetos ofrecían un aspecto extraño y misterioso.

Entre tanto el interior de nuestro coche, lleno de simpáticos muchachos en cuyo rostro campeaba el más franco regocijo, ofrecía el aspecto más grato y alegre.

Y llegamos a Madrid, lamentando lo breve de la excursión y sintiendo en nuestras almas la misteriosa atracción de las cumbres.