El 25 de Marzo de 1915 se llevó a cabo por primera vez, la visita de una representación del colegio al asilo de San Luis Gonzaga de las Hermanitas de los Pobres. Este asilo, conocido como «Mi Casa», fue inaugurado en 1910 y sigue actualmente acogiendo a los ancianos.

Creo que la crónica que hoy comparto con vosotros os resultará muy interesante al comprobar cómo ha cambiado la sociedad y la esperanza de vida en este último siglo. En 1914 un setentón era un anciano al final de su vida, mientras que actualmente y por fortuna, la mayoría gozan de una excelente salud. En cualquier caso, espero que os guste el artículo.

Visita a los pobres


Una visita a los pobres, siendo ciertamente un acto muy cristiano y muy meritorio, no deja de ser una cosa vulgar y nada extraordinaria. Pero una visita como la que realizaron algunos de primera enseñanza el día de la Anunciación al Asilo de San Luis de las Hermanitas de los Pobres, sí que se sale de lo adocenado y corriente, y por contera [1] da a muchos ya talluditos una soberbia lección de caridad delicada y sonriente.

Fotografía aérea de la calle Doctor Esquerdo en 1925.
Fotografía aérea de la calle Doctor Esquerdo en 1925.

El día dicho, por la tarde, unos cuantos alumnos de Goya 16, acompañados de un profesor que -en frase de uno de los asilados- es «muy simpático y de una presencia agradabilísima», penetraban en el Asilo de San Luis y, con sus sonoras risas y su movilidad infantil, armaban una verdadera revolución, pacífica, es verdad, pero no menos inusitada en aquella morada tan reposada y tan serena.

Recibiéronlos las cariñosas Hermanitas y las primeras flores que se abrían a las caricias de la primavera que, como escribe el aludido e inspirado anciano, «tres especies de flores reunió Dios en un instante».

La primera visita para los ancianos, que aguardaban en el comedor en sus puestos respectivos. Allí se armó la primera algarabía. Los niños, en su alboroto natural y simpático, iban de uno a otro repartiendo pitillos y prodigando frases que querían ser picarescas y sabían a gloria a los pobres asilados. A tanto llegó el entusiasmo, que uno de los alumnos se encaramó en una mesa y largó a la numerosa y benévola asistencia un sermón cuidadosamente improvisado, y que terminó con todas las de rúbrica, pues hubo incluso un amago de bendición. Pocas veces predicador habrá cosechado la de aplausos y vítores que le vinieron encima al barbilampiño orador.

Fachada del asilo de las Hermanitas de los Pobres en Doctor Esquerdo.
Fachada del asilo de las Hermanitas de los Pobres en Doctor Esquerdo.

Luego, visita a las ancianas, con una variante muy lógica en el programa, pues aquí los pitillos se convirtieron en caramelos, y otra no menos psicológica, que fue un vivo lagrimeo de las pobres ancianas, cuya intensidad aumentó cuando el mismo incansable predicador se descolgó con estos párrafos: «Estoy persuadido, lo mismo que todos los cristianos del orbe católico, que habitáis hasta morir una casa que es el pórtico de la mansión celestial, donde Dios os espera para reparar vuestras hermosuras perdidas, vuestras ilusiones desvanecidas; todo lo recobraréis con creces en la gloria eterna, donde todo es paz y ventura»; y sintiéndose ya familiarizado con la elocuencia religiosa, soltó el atrevido orador una bendición amplia y resuelta que hizo desbordar el entusiasmo. «Ángeles de Dios, benditas sean vuestras madres», exclamaban las pobres ancianas dando rienda suelta a su gratitud en tensión.

Luego todos juntos, y ocupando los alumnos los primeros puestos, asistieron a la exposición de Su Divina Majestad, al finalizar la cual reforzaron los niños con sus voces el coro de las Hermanitas en un hermoso canto a María.

Por último, al jardín, a despertar en los ancianos dormidos y gratísimos recuerdos de una edad que se pierde en la lejanía de más de medio siglo. Uno de los ancianos, setentón y poeta empedernido, se dispuso a largar una poesía de circunstancias a un grupo de alumnos a quienes cazó entretenidos en un rincón, pero una buena Hermana, recordando quizá lo de la sanguijuela de Horacio [2], acudió oportunamente para librarlos del nublado de rimas que se les echaba encima.

Entrada al Asilo de San Luis de las Hermanitas de los Pobres.
Entrada al Asilo de San Luis de las Hermanitas de los Pobres.

Llegó el momento de despedirse y se fueron los niños, dejando corazones satisfechos y agradecidos y llevando sus almas radiantes de pura alegría cristiana.

Esta fiesta ha tenido su epílogo en dos cartas, la una escrita por los ancianos y por las ancianas la otra, en espléndida letra y rebosando hermosísimos sentimientos. Si tuviéramos espacio de buena gana las publicitaríamos aquí, sobre todo la primera que tiene sus ribetes literarios y que termina con estas palabras, que en labios de un anciano tienen doble valor: «Queridos niños, bendecidos seáis una vez más; Dios nos escuchará al pedirle que os acompañe en el viaje de la vida.»

Así sea, es lo único que se nos ocurre añadir.

Notas del Editor:

  1. Por contera: Por remate, por final.
  2. El texto hace referencia a la conclusión de la Epístola de Horacio a los Pisones.