Hoy pasa por la «tribuna literaria» nuestro compañero Enrique Esteban de la Reguera de quien Manuel Bru (18) decía que era «todo un literato«. Júzguenlo ustedes mismos en este relato inspirado en una estampa de la prehistoria. Como era habitual, a esta narración le acompaña una ilustración de uno de los hermanos Bernáldez Ávila, en esta ocasión, Alfonso.
DESCRIPCIÓN DE UN CUADRO
(Paisaje primitivo)
N el fondo del bello paisaje, se ven unas agrestes montañas que la nieve cubre como un manto de armiño. El agua corre, con vertiginosa rapidez, entre las rocas de una garganta y en el valle se ve una vegetación sólo comparable con los monstruosos animales de aquellas remotísimas edades.
Un águila, cerniéndose en majestuoso vuelo, busca ansiosa una presa que calme su apetito, y por fin divisa otra ave que descansa, tranquila y ajena a su desgracia, en la cresta de un gigantesco helecho.
El que detenidamente observe este cuadro, se fijará en una yegua salvaje que se aleja a galope del caudaloso torrente después de haberse abrevado.
En dirección del río viene una manada de elefantes y un rinoceronte huye al percatarse de la presencia de sus encarnizados enemigos.
En el primer plano del paisaje se ve al rey de la selva y al rey de los glaciares disputándose ávidamente el cadáver de un toro. Por el feroz aspecto que las dos fieras ofrecen se comprende desde el primer momento que la lucha ha de ser a muerte y que el vencedor saciará su venganza y su apetito con los despojos de su adversario.
A lo lejos, en una roca, se divisa un alce gigantesco, que se dispone a saltar.

Y ahora detengámonos para contemplar al rey de la creación que presenta un aspecto casi tan salvaje y feroz como los animales que le rodean. Escondidos detrás de un matorral, dos hombres primitivos miran con ansia febril el final de la lucha entre el oso y el león, disponiéndose a sacar luego partido de ella.
Sus vestidos y sus armas no pueden ser más rudimentarios, pues por único abrigo se cubren con la piel de un oso que deja al descubierto recia musculatura. De un cinturón de cuero pende un cuerno en el que se alojan varios haces de flechas.
En la mano izquierda tienen una lanza de palo terminada en un pedernal cortante y afilado y en la derecha un arco dispuesto a lanzar el silencioso proyectil.
Sus ojos lanzan chispas y entre sus enmarañados cabellos, que se juntan con la rojiza barba, asoman unas facciones por demás feroces e imperfectas.
Viendo este cuadro se hace uno idea, algo aproximada, de lo que debió ser la vida de aquellas lejanas épocas, sumidas en el silencio de los siglos.
E. E. de la Reguera [1].
(6.° año B.)
Dibujo de A. Bernáldez [2].
(6.° año B.)
Notas del Editor:
- Enrique Esteban de la Reguera y Federico († Madrid 1939): Promoción de 1918.
- Alfonso Bernáldez Ávila: Promoción de 1918. Magistrado del Tribunal Central del Trabajo. Jugó en el Real Madrid como delantero la temporada 1917-1918.
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