De un tiempo a esta parte parece que nos hemos acostumbrado a la cultura del feísmo. Tanto en el arte, como en las formas sociales o en nuestros hábitos cotidianos se ha ido imponiendo la total ausencia de sentido estético. Ha desaparecido la belleza, la armonía o simplemente, el buen gusto. Lo ordinario, lo vulgar, lo soez, han conquistado poco a poco la mayoría de las manifestaciones humanas.

A veces, se sacrifica lo hermoso en aras del utilitarismo o de la simplicidad; sin embargo, en otras ocasiones es el mal gusto o la falta de criterios estéticos las que hacen que se prescinda de éstos.

No siempre fue así. Hoy os traigo un artículo publicado en la revista Recuerdos del curso 1913 – 1914 en el que precisamente se trata sobre la educación en la belleza desde los primeros años. Don Luis Heintz [1], puso especial cuidado en buscar una formación integral para los primeros pilaristas, y como se verá en este artículo no descuidó tampoco el aspecto estético. Espero que lo disfrutéis.

Formación estética.


«Nuestras clases deberían ser todas pequeños
museos, en donde la contemplación de
las obras maestras del arte eleve
las imaginaciones y los corazones
a la comprensión de lo bello.»

Buena la hizo, quien así formuló su criterio acerca de los colegios en la revista L’art à l’ècole et au foyer. No podía hacer crítica más despiadada de muchos establecimientos de enseñanza. Y preciso es confesar que tiene razón que le sobra. Un Colegio debe dar la educación completa a sus educandos, y por tanto, no sólo ha de vigorizar el cuerpo por la gimnasia, los juegos, los paseos, la higiene, iluminar las inteligencias por la instrucción, disciplinar la voluntad por la acción moral y religiosa, sino que ha de desarrollar también el sentido de lo bello.

¿Ha de formar estetas, entonces? No, porque la palabreja tiene mala fama de algún tiempo a esta parte, desde que los que así se llaman, utilizan el cómodo y vago culto de la hermosura para dispensarse de todos los demás cultos.

¿Artistas? Tampoco, ya que el artista nace, y no se hace.

No, su pretensión debe ser más modesta, si bien más práctica: concretarse a una cultura general del gusto de los alumnos, despertando en sus almas el sentimiento de lo bello que allí anida casi siempre, aunque informe a veces y microscópico; darles a entender que hay algo más que lo bueno, lo útil, lo moral: que existe lo hermoso.

El ángelus de Jean-François Millet (1859).
El ángelus de Jean-François Millet (1859).

A muchos les parece que la educación colegial, merced a las exigencias de los exámenes de fin de curso, es demasiado utilitaria e intelectual. No sólo se atiborran las inteligencias de los muchachos de mil conocimientos de muy discutible utilidad, sino que no pocas veces se les inicia en toda clase de disciplinas en vista de sus futuras carreras. Muy bien. Pero, ¿formar en ellos el buen gusto? ¿Enseñarles a ver y a sentir? ¿Inculcarles que hay por esos mundos cosas feas y otras bonitas, y que quien prefiere lo primero a lo segundo se disminuye? ¿Iniciarles en el goce inteligente de la naturaleza y del arte, persuadiéndoles que el digno coronamiento del bien pensar y del bien obrar es el bien sentir, el horror de lo vulgar, y el gusto de lo bello? Ni atisbos de todo ello.

Pero, seamos justos, pues no sólo al Colegio corresponde esta formación. En la misma familia se ha de principiar. ¿Quién mejor que la madre, más idealista y más sentimental por lo general que el padre, para despertar en el alma del niño el sentido de la hermosura? «Aspira el olor de este convólvulo [2] -decía a Jorge Sand [3] su madre-, huele a miel, no lo olvides.» Y a su hijo, que había de ser el inspirado pintor de «las Espigadoras» y del «Angelus», Millet [4], sencillo aldeano decía: «Fíjate en ese árbol, ¡qué porte tan majestuoso!; es hermoso como una flor. Y aquella casita medio enterrada detrás de ese campo, ¡qué bonita!»

Pero, ¿cómo conciliar las exigencias antes mencionadas de los exámenes finales con la cultura del gusto estético? ¿Un nuevo curso entonces, añadido a los treinta ya existentes? ¿Y nuevos textos quízás?

No, la cosa es bastante más sencilla. Con colgar en las clases, los pasillos y las escaleras de nuestros colegios cromolitografías artísticas que los niños tendrán constantemente a la vista, y que constituirán como el ambiente en que pasarán los días de su vida colegial, ya habremos hecho algo o casi todo. Mucho hará luego la inconsciente afinidad que existe entre el alma del niño y la naturaleza. Después, el profesor acudirá de preferencia a estos cuadros en sus explicaciones y ejemplos; no descuidará tampoco dar un ligero comentario cuando la ocasión se presente. Eso como de paso y sin pedantismos.

Las Espigadoras de Jean-François Millet (1857).
Las Espigadoras de Jean-François Millet (1857).

Pues a esta idea ha obedecido el adornar el Colegio con unos setenta cuadros, distribuídos entre sus distintos departamentos. En el portal y las escaleras, el patrimonio común: paisajes diversos, y de diversas escuelas: Marinas para los soñadores, noches de luna, bosques profundos para los sentimentales, trigos ondeantes, lagos durmientes para los imaginativos, las cuatro estaciones con sus diferentes luces para los pintores en agraz, paisajes bíblicos para las almas místicas, ciudades encantadoras: Nápoles, Venecia etc., para los espíritus vagamundos, escenas de la vida del campo para los poetas y de la prehistoria para los que gustan de vivir en el pasado. Luego, en las proximidades de las clases de geografía las grandes maravillas mundiales, y cerca de las de la historia las hazañas inmortales de los pueblos. Hasta los latinistas han salido aventajados. ¡Es tan árida a veces la traducción de «De bello gallico» de Julio César! No así ahora que tienen a la vista soberbios cuadros que pintan a lo vivo escenas diversas de la mencionada guerra. Ya sólo se aburre quien pone especial empeño en ello.

Pero, así el espectáculo será siempre el mismo. Ciertamente, pues buscar constantemente cosas nuevas es pecar contra la hermosura. La vista habitual de un cuadro hace descubrir poco a poco en él nuevas bellezas; el niño llega a encariñarse con él, y paulatinamente se afina su gusto y se eleva hasta la admiración de la naturaleza y del arte. Conseguir algo de esto ha sido toda la aspiración de esta novedad. El porvenir dirá hasta qué punto hemos acertado.

Notas del Editor:

  1. Luis Heintz y Loll (Colmar 1886 – San Sebastián 1934): Gran aficionado a la espeleología, obtuvo el doctorado en ciencias el 11 de abril de 1908 en la Universidad Central, con la lectura de la tesis “Espeleología: estado actual de la espeleología, la espeleología en España, la espeleología en Álava. Fundador y director del colegio de Nuestra Señora del Pilar de Madrid desde 1907 hasta 1924. Director del colegio de los marianistas de Vitoria desde 1925 hasta 1930.
  2. Convólvulo: Enredadera.
  3. George Sand: Pseudónimo de la novelista francesa Aurore Dupin (1804-1876).
  4. Jean-François Millet (1814-1875): Pintor francés nacido en una familia campesina.