Hoy vamos a volver a 1914 para imaginar una conversación entre Don Luis Heintz y una preocupada madre. No sabemos si este diálogo se produjo realmente en estos términos pero, muy posiblemente, refleje una inquietud manifestada, de una u otra forma, por las familias de los alumnos. En cualquier caso, nos da una clara idea del auge del fútbol en esos primeros años de andadura de El Pilar.
Educación Física
Buenos días, señor Director. Vengo preocupadísima y casi, casi… en son de queja. Mire usted, mi hijo Fernandito acaba de llegar a casa con media docena de cardenales en las pantorrillas, y no me cabe la menor duda que se los han regalado en ese atroz juego de foot-ball que quita el sueño. ¡Por favor!, ¿no podría usted prohibir juego tan violento?
-A pesar del grandísimo deseo que tengo de complacerla a usted, señora, no haré semejante cosa, por la sencillísima razón de que, al lado de ese juego de foot-ball, del que abomina usted, hay otros más pacíficos y que no exponen las pantorrillas de Fernando a los consabidos cardenales.
-Si, ya sé; el juego de «justicias y ladrones», en el que las pantorrillas salen ilesas, es verdad, ¡pero en cambio la ropa…!
-Puede jugar a «las bolas». ¡Juego más inocente y más pacífico!

-Pero nunca mi condenado chico se conformará con ese juego que califica de soso, si no se lo manda usted. Se lo mandará, ¿verdad?
-¡Pobre chiquillo!
-Pero, ¿no da lo mismo? ¿Por qué han de tener ustedes tanta preferencia por unos juegos tan violentos, sin utilidad alguna, de graves perjuicios para la salud y hasta para su educación, por lo «ordinarios» que se vuelven en ellos?
-Está usted dispuesta a aguantar un poco de prosa sobre la utilidad -iba a decir la necesidad– de esos juegos que la horripilan a usted?
-Venga esa prosa; pero le advierto que predicará en desierto.
-¡Quién sabe! Me concederá usted que uno de los fines de la educación es desarrollar diversas cualidades del carácter, tales como la atención, la reflexión, el juicio, la iniciativa, la disciplina, el espíritu de solidaridad, la perseverancia, la voluntad, etc. Pero esas preciosas cualidades no se adquieren sino con el ejercicio. En las razas anglo-sajonas el mismo régimen escolar contribuye a ello; no así el nuestro. Nuestros muchachos tienen poquísimas iniciativas; los reglamentos les dictan, día a día y hora por hora, todo lo que deben hacer, y en ocho o nueve años de vida escolar son escasísimas las ocasiones en que pueden tomar por cuenta propia la más pequeña decisión, la más modesta iniciativa. Ni para ir a su casa los dejamos solos, pues ahí está el criado o la criada que va y viene con ellos.

Tienen poco voluntad por la misma razón: cuando niños, sus padres les dirigen hasta en los actos más insignificantes; escolares, los profesores no les dejan ni a sol ni a sombra; hombres, sueñan con una oficina o un destino cómodo que les permita ampararse del Estado.
¿Cómo, por otra parte, tendrán el espíritu de solidaridad con el sistema de exámenes y oposiciones que desarrolla el más feroz espíritu individualista? Y así, de todo lo demás.
-Pero, señor, ¿no me ha dicho usted que me iba a hablar de los juegos?
-Ahora llegamos a ellos. Los angloamericanos, cuyo espíritu práctico no hace falta ponderar, han inventado para el desarrollo de su juventud unos juegos violentos y a veces peligrosos. Sólo exponiendo a los jóvenes a algunos percances, hipotéticos al cabo, adquirirán las cualidades de disciplina, de tesón, de valentía, de decisión, de solidaridad, golpe de vista, etc. ¿Ha presenciado usted alguna partida de foot-ball? Entonces habrá visto la severa disciplina que reina entre los muchachos de un «team» decidido a ganar. Acatan la autoridad de un «referee», cuyos fallos son inapelables. El «goal» que han de hacer depende no de la habilidad de uno, sino de la abnegación de todos para concurrir al fin común, de modo que cada jugador se atiene a la defensa de su cometido y «combina» sus esfuerzos con los del vecino, aún a trueque de que ese se luzca más que él y se lleve los aplausos del público. Y ¡qué decisión en el ataque! ¡Qué golpe de vista para aprovechar las faltas del adversario! ¡Qué agilidad y destreza para burlar el encuentro del contrincante que la «marca»! ¡Qué arrojo en los momentos peligrosos! Añada usted a eso el prodigioso ejercicio muscular de la cabeza, brazos, busto y piernas, al aire libre, bajo la caricia del sol, y dígame si, jugando como es debido -ahçi está el «referee» que castiga todo desmán-, no son el foot-ball, el baseball, el hokey los mejores juegos, a pesar de lo enrevesado de su pronunciación y ortografía, para formar jóvenes valientes y decididos?

-Si, ¿pero los cardenales?
-Son el castigo natural de las torpezas del jugador, que éste aprende pronto a evitar; son insignificantes, además, en comparación del temple y vigor adquiridos, y son un beneficio en definitiva, si a este precio se saca el muchacho del ambiente de melindres, mimos y delicadezas en que se ha criado.
-Vaya, vaya, con entusiastas con usted no se puede discutir. Pero, ya dirá usted al «referee» que castigue sin misericordia las cargas. ¿Verdad?
-Con la expulsión y la descalificación del delincuente, si fuese preciso. Con eso… y alguna que otra friega con árnica, Fernandito será pronto un muchacho resuelto, enérgico, sano de cuerpo y de músculos de acero; nada, un encanto de chico.
-¡Dios le oiga!, y… ¿cuándo es el próximo partido?
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