Ahora que estamos en plena época estival os traigo un artículo aparecido en la revista Recuerdos del año 1918 con algunas indicaciones para emplear mejor el tiempo de vacaciones. El artículo no aparece firmado y por tanto no podemos saber si corresponde a alguno de los profesores o de los alumnos de último curso. En esta ocasión, como siempre intento hacer, he incluido algunas notas para facilitar la comprensión del texto. Por último, y para no levantar susceptibilidades, aprovecho para comentaros que he mantenido (como en todos los artículos que transcribo) la grafía original sin corregir las posibles faltas de ortografía que en ella se presentan. Espero que lo disfrutéis:
Oye, chiquillo…
Unas personas muy graves me dicen que te aconseje sobre la mejor manera de pasar las vacaciones. ¡Inocentes! Darte consejos que tú no pides… y que tampoco has de seguir. Como que harás precisamente lo contrario…
La verdad, podría decirte unas cosas muy repensadas y muy del gusto de las personas sesudas antes mencionadas. Te podría señalar, para llenar utilísimamente los tres meses de vacaciones que la divina Providencia te propina después de nueve meses de ingrata labor… de tus profesores, la resolución de una espléndida colección de problemas, o la conjugación de varias docenas de verbos latinos a cual más irregular, o también, la declamación delante de los baturricos del pueblo, de las genealogías godas o de los Faraones de Egipto… y no sigo, porque tu mueca elocuentemente me dice lo que piensas de tan interesantes temas para invertir los noventa días de far niente [1] que te van a caer encima.
-¿Far niente?
-Sí, hombre, far niente, o dicho en castellano, modo de matar el tiempo.
Pues mira, no te falta razón, pues a mí también me parece bien que dejemos a los problemas, a los verbos, a los reyes godos y a los arcaicos Faraones dormir su apacible sueño que tras nueve meses de traídos y llevados, bien merecido se lo tienen los pobres. Nada de consejos extravagantes; primero, porque maldito el caso que de ellos vas a hacer, y además, porque ¡qué diantre! las vacaciones no están hechas para tan lúgubres tareas.
Nada; vamos a discurrir algo más fácil y quizás, quizás también más útil. Vamos a dar un paseito. ¡Cosa más de tu gusto!
Pues, hete aquí una cosa que haces todos los días, y nunca se te ha ocurrido utilizar tus ojos. Sí, señor, tus ojos. Andas a ciegas en los pintorescos contornos del lugarejo en donde veraneas.
A ver. Fíjate en la pradera que pisamos ahora. Coje esas chirivitas y examina con atención sus aterciopelados pétalos. Cuéntalos primero. ¿Cuántos son? ¿Catorce, quince? Vaya por quince. ¡Y que rebonitos son! En ésta, todos blancos como la nieve, en este otro, rosados en su base y luego esfumándose poco a poco, pasando por todos los matices intermediarios del rojo al blanco. Y dime: ¿has pintado tú alguna vez un rosetón tan cuco?
Fíjate ahora en esta brizna de hierba en cuya punta tiembla una gotita de agua, tan diáfana, que más de un orgulloso diamante se empañaría de envidia, si intentara competir en transparencia con ella.
¿Y qué me dices de esta delicadísima telaraña, columpiándose perezosamente al sostén de unas pajillas? No te dé asco, hombre, pues en tu vida has dibujado un exágono tan elegante, con todas las ínfulas de alumno sobresaliente en geometría.
Ahora esa violeta. ¡Cuidado que es simpática la florecilla! Dí, háblale un poquito. ¿Te ríes? ¿A qué no sabes tú que las flores tienen una sensibilidad más exquisita que muchas personas? Tienen virtudes y también defectos, como ellas. Unas son redomadas coquetas como el tulipán, y se yerguen al sol para que se las admire. Otras son castas como la azucena, orgullosas como la rosa, humildes como esa violeta, extravagantes como la orquídea, ariscas y de monos como el cardo. De todo hay en el mundo de las flores, como en el de las almas. ¡Y qué parecidos son los dos! Unas de formas y colores raros como esas almas alambicadas y desconcertantes que ni el diablo las entiende; otras sencillas como las conciencias cándidas, éstas, de pétalos atormentados como los corazones agriados, y aquéllas, silvestres como chiquillos indómitos… y nada te digo de lo que nos espera en el bosque.
¡Qué humor tan variado el de los árboles! ¿Tampoco lo crees? Pero fíjate, hombre, en la severidad calvinista del pino, el espíritu cáustico del acebo, la majestad olímpica del roble, la gracia femenina del abedul, el porte vanidoso del fresno, la actitud romántica del sauce, la rigidez burocrática del chopo.
Y ahora que hemos llegado al riachuelo, tumbémonos a la orilla y mira un poco ese mundo acuático. Una anguila que coquetonamente, y como muchacha delante del espejo ensaya las más elegantes actitudes, a la vista de un barbo prosaico con más bigotes que un cabo de gastadores; las loinas [2] que en perfecta formación suben el río, y los cangrejos que indolentemente van para atrás, como ciertos holgazanes que yo conozco.
¿Y qué me dices de las nubes? ¡Señor: qué campo de Agramante [3]! Unas, como fieras apocalípticas, estirándose en perpetuas mutaciones, otras como hatos de borregos desparramándose por el cielo, y allí lejos, aquéllas en larguísima cortina, en donde los rayos del sol juegan al escondite, tiñéndolos de esos mil matices que son la desesperación de los pintores.
Y dime ahora: ¿se abren como es debido esos ojillos tan picarescos que Dios ha regalado a los chiquillos? ¿Y sus oídos oyen?
Aures habent et non audiunt [4]
dice no sé donde el salmista; lo que vuelto al romance significa: ¿cómo me sirvo de mis oídos?
Si no, a ver:
¿Te has fijado alguna vez en el coloquio de los higos con su amigo, ¿Y que dirán en su incansable susurro esos centenares de cañas, que indolentemente se acarician meciéndose al compás de la brisa? El tosco chirrido del grillo te divierte, ya lo sé; pero ¿prestas también oído a la armoniosa nota del sapo, aburrido de su filosófica soledad y a la decreciente cascada musical que deja tras sí la alondra, al subir hacia el cielo y perderse en las alturas atmosféricas? Nada te digo del rey de los cantores, el ruiseñor, pues duermes a pierna suelta, con todo el gusto de tus doce años, cuando él ensaya sus trinos; pero ni tú ni Sarasate [5] seríais capaces de desentrañar el concierto polífono de los pajarillos cuando rezan cantando o cantan rezando su oración matutina.
Todo es música alrededor tuyo; todo canta, hasta el vetusto molino, ilusión de los paisajistas, hasta el arroyo, al brincar sobre las pulidas piedras de su lecho y hasta el estanque cuando sus imperceptibles suspiros a los juncos del ribazo.
¿Y el olfato? ¿Qué uso haces de él?
Sólo te sirve, por ahora, para despojar de su perfume a rosas, lirios, violetas y madreselvas. ¡Habrá sibarita! Pero, y el robusto olor de la tierra recién movida, la sana fragancia del heno secándose en el prado, las discretas emanaciones del romero y del tomillo al pisarlos con tus pies? «Aspira el olor de este convólvulo [6], decía a Jorge Sand [7] su madre; huele a miel, no lo olvides.»
He aquí una madre que, a defecto de otras virtudes, tenía cuando menos la preocupación de hacer admirar a la Naturaleza a su hijo. Pues, eso te digo yo, querido chiquillo. Abre tus ojos, abre tus oídos, y abre muy grandes tus narices respingonas, para gozar con todos tus sentidos los exquisitos placeres que no pueden darte ni los cines, ni los teatros, ni los novelones de a cinco céntimos entrega, que tanto te entusiasman. Así aprenderás a leer en el gran infolio de la Naturaleza, y formarás con el tiempo… un alma delicada y un sano temperamento de artista.
Notas del editor:
- «Il dolce far niente» o ‘lo dulce de no hacer nada’, es una frase que usan mucho en Italia para expresar el placer del descanso.
- Loina, madrilla del Júcar o luina, es un pez de agua dulce perteneciente a la clase Actinopterygii y a la familia Cyprinidae.
- Campo de Agramante: Se llama así al lugar en el que se establecen riñas o discusiones y donde hay confusión y desorden. El origen de la frase está en la obra del escritor italiano Ludovico Ariosto (1474-1533) «Orlando furioso», exactamente en el episodio narrado en el canto XXVII. La obra cuenta el ataque de los sarracenos a París y la defensa de las tropas de Carlomagno. Cuando la capital francesa está a punto de caer, recibe la ayuda del arcángel San Miguel, que recoge a la Discordia de un convento en el que con gran polémica se elige nuevo abad y la esparce sobre el lugar en el que está acampado Agramante, el cabecilla de los invasores; de aquí también la actual frase «sembrar la discordia». Los sarracenos comienzan a pelearse entre sí y estas disputas internas facilitan la victoria de Carlomagno.
- «Tienen ojos, mas no ven;» Salmo 115.
- Pablo Sarasate (1844-1908): Fue un violinista y compositor español.
- Enredadera.
- George Sand (1804-1876). Seudónimo de Amandine Aurore Lucie Dupin, baronesa Dudevant, novelista francesa del movimiento romántico y amante de Frédéric Chopin.
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