Por las mismas aulas por las que hemos pasado tantos de nosotros, pasaron también hace años algunas personalidades realmente excepcionales que destacaron en diversos ámbitos de la vida nacional e incluso, internacional. Algunas de ellas ya han sido presentadas en este blog, pero aún quedan muchas otras que poco a poco irán viendo la luz a través de estas páginas. Hoy quiero hacer una pequeña reseña del paso por el colegio de una de ellas, el Beato Álvaro del Portillo, sucesor de San José María Escrivá de Balaguer al frente del Opus Dei.

Álvaro del Portillo y Diez de Sollano (promoción de 1930) nació en Madrid el 11 de marzo de 1914. Era el tercero de ocho hermanos en una familia profundamente cristinana. Su madre, Clementina Díez de Sollano, era de origen mejicano y mantenía muchas de las costumbres de su país. Su padre, D. Ramón del Portillo Pardo, era abogado de profesión.

El 4 de Octubre de 1920, con seis años de edad ingresó en el Colegio de Nuestra Señora del Pilar de Madrid. Ese año la primera enseñanza aún se encontraba en el edificio de Goya 16 con los habituales problemas de espacio, que hacían que muchos de los solicitantes no obtuvieran plaza. Sin embargo, el joven Álvaro tuvo la fortuna de entrar.

Álvaro del Portillo en su niñez.
Álvaro del Portillo en su niñez.

Sin duda alguna, las prácticas piadosas que se realizaban en el colegio y la enseñanza de la religión que impartían los marianistas calaron especialmente en Álvaro.

D. Pedro Ruiz de Azúa lo resumía así:

Educación religiosa: se atendió a ella con cuidado. Capillas atrayentes. Misa con plática entre semana. Rezos en las clases. Rosario los sábados [1]. La práctica de los primeros viernes bien atendida [2]. Curso de religión bien cuidado. La lectura espiritual y el examen de conciencia en clase, al terminar el día. La Congregación. La preparación esmerada de las primeras comuniones. La misa voluntaria antes de las clases del día.

Otra práctica piadosa que caló especialmente en el alma de Álvaro del Portillo fue la del Via Crucis. Años más tarde, él mismo recordaría:

«en  la última estación, la Sepultura del Señor, repetíamos unos versos muy malos, pero que ayudaban a remover el alma; a mí me siguen removiendo. Dice esa letra:

Al Rey de las virtudes,
pesada losa encierra;
pero feliz la tierra
ya canta
salvación. [3]

Así es, Dios muere, para que nosotros vivamos; es sepultado, para que nosotros podamos llegar a todas partes. Por eso la tierra canta feliz la salvación.«

Pese a esta profunda religiosidad, nuestro protagonista nunca llegó a formar parte de las congregaciones del colegio, como si lo hizo su hermano mayor, Ramón del Portillo.

Primera Comunión de Álvaro del Portillo.
Primera Comunión de Álvaro del Portillo.

Respecto a la primera comunión, la recibió el 12 de Mayo de 1921 en la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción en la calle Goya, junto con otros 96 niños, 12 de ellos de Parvulitos, como él. La ceremonia fue presidida por el obispo de Barbastro. Desde aquel día frecuentó el sacramento de la Eucaristía que recibía en el colegio antes de comenzar las clases. Según las normas litúrgicas existentes en aquellos años, para recibir la comunión era necesario guardar ayuno desde la medianoche del día anterior, lo que significaba que Álvaro iba muchos días en ayunas al colegio. El niño, acostumbraba a llevar un pedazo de pan envuelto en el bolsillo a modo de desayuno para tomarlo después de la eucaristía.

Álvaro del Portillo con sus compañeros en el colegio.
Álvaro del Portillo con sus compañeros en el colegio.

En sus años en el colegio destacó por sus buenas calificaciones, que le hicieron aparecer tanto en el Libro de Oro como en la lista de alumnos citados en el Orden del Día en varias ocasiones.

Un compañero, Javier García de Leániz y Aparici (promoción de 1930), que se incorporó al colegio en Elemental, hablaba así del futuro beato:

Hay un niño, un adolescente, que no he podido olvidar a lo largo de mi vida. Era mi compañero de pupitre. Me destinaron a la clase de Elemental, que era la anterior a la de Ingreso, y me senté tímidamente en la fila de pupitres que había más cerca de la ventana, creo que en la penúltima fila. A mi izquierda había un niño de ocho años, como yo, algo gordito, sonriente, de aspecto bondadoso y simpático. Se llamaba Álvaro del Portillo. Álvaro me cayó especialmente simpático, desde el primer momento, por su bondad, por su sencillez, y por su alegría. Era profundamente bueno.

Recuerdo que un día amaneció especialmente soleado, y Don Vicente, el profesor, nos dijo de repente: -Como hace tan buen día, en vez de dar clase, vamos a dar un paseo por el Retiro. -¡Vivaaaa!, grité yo, todo contento, levantándome de un brinco y dándole varios abrazos a Álvaro. A mis ocho años, me seducía aquel cambio de las aulas y los libros por los árboles y el estanque con barcas del Retiro.

Pero al profesor no le gustaron nada mis súbitos entusiasmos y mis gritos estentóreos y consideró que aquel júbilo y aquellos abrazos constituían una falta de disciplina y de educación intolerables. Y castigó a toda la clase sin paseo.

Mi gozo en un pozo. Me quedé perplejo ante la reacción del profesor y un poco asustado por la opinión de mis compañeros. Entonces, para asombro mío, Álvaro, en vez de decirme que era un tonto y que, por mi culpa, nos habíamos quedado todos sin excursión al Retiro, me disculpó con aquella sonrisa y aquella simpatía tan suya.

Álvaro del Portillo el 12 de Mayo de 1921.
Álvaro del Portillo en su infancia.

En 1923 empezó el curso de Ingreso, teniendo como profesor a D. Pedro Martínez Saralegui, autor entre otros títulos, de una colección de seis libros sobre la conquista de América, que llevaba por título La Leyenda Blanca. El 6 de Junio de 1924 aprobó el examen de Ingreso en el Instituto Cardenal Cisneros. El examen consistió en un dictado del Quijote y una división de dos cifras.

Es importante añadir que en la instancia que presentó para solicitar la realización del examen de Ingreso especificaba que debería «ausentarse de Madrid durante los meses de verano para atender a su salud«. Estos problemas de salud a los que hace referencia no eran otros que un reumatismo poliarticular agudo que tuvo que tratar hasta 1926 con salicilatos. «Padecía un tipo de reuma que en ocasiones le impedía -sólo en las fases agudas de la enfermedad- el comportamiento vivaz propio de un niño. En esas ocasiones debía asumir fuertes dosis de salicilatos y someterse a una dieta rígida, que seguía de acuerdo con las prescripciones del médico y las indicaciones de sus padres, que le controlaban con cariño y exigencia. Soportaba esta carga con buen humor, porque -así lo comentó en diversas ocasiones- mientras los demás hermanos tomaban un buen desayuno, al estilo mejicano, a él le correspondía solamente la medicación porque era incompatible con los otros alimentos. Entonces, hablando con sus hermanos, con tono y modos de decir mejicanos, hacía este comentario: «qué suertasa tienen ustedes, pueden tomar huevo frito con frijoles, y a mí solamente me dan salicilatos»».

Su compañero de pupitre, Javier García de Leániz, nos vuelve a dar un testimonio del carácter del Álvaro:

No tengo detalles concretos de los pequeños servicios que nos hacía. Pero esa era la consecuencia que saqué de todo ese año en el que estuvimos de compañeros de pupitre: Álvaro, siendo un niño normalísimo, era distinto en eso: ayudaba constantemente a los demás.

Los hermanos Portillo. El Pilar número de Junio de 1927.
Los hermanos Portillo: Francisco (promoción de 1927), Álvaro (promoción de 1930), José María (promoción de 1933) y Ángel (promoción de 1936). El Pilar número de Junio de 1927.

En Octubre de 1924 comenzaba Álvaro del Portillo la Segunda Enseñanza en el colegio, con algunas novedades importantes. Había nuevo director, el P. Domingo Lázaro reemplazaba a D. Luis Heintz, y el P. Antonio Martínez asumía la dirección de los mayores.

Sobre la práctica del deporte en el colegio y una vez superados sus problemas reumáticos, ha llegado hasta nosotros el testimonio de Monseñor Javier Echevarría Rodríguez:

Jugando al fútbol y también al hockey, había tenido experiencia de que sus entradas y sus choques podían producir lesiones en sus adversarios; concretamente recordaba que abandonó el hockey porque en la primera intervención, mientras sujetaba el palo en una jugada, sin querer golpeó con el stick la cabeza del contrario.

Los resultados académicos en el primer año no fueron tan brillantes como en la Primera Enseñanza, quizás por el espíritu un poco disipado de Álvaro durante esos años. Una vez más es Javier García de Leániz quien nos da una pista:

Uno de los profesores puso, al lado de sus notas escolares, esta anotación: «payaso». El calificativo nacería, sin duda, de alguna pequeña broma infantil que a algún severo profesor del Colegio  no le habría hecho demasiada gracia. Eso me confirma mi recuerdo de Álvaro: un niño alegre, cariñoso y simpático; y algo travieso y «payaso», como todos los niños. No era un «santito»; no había nada en él de beatería. Pero en aquella bondad, en aquella sencillez, en aquel deseo de ayudar a todos, se advertía ya el dedo de Dios.

Pese a estos comentarios, los exámenes finales en el Instituto Cardenal Cisneros fueron bastante buenos ese primer año. Obtuvo dos sobresalientes (Aritmética y Geometría, y Religión) y tres notables (Lengua, Geografía y Caligrafía). El segundo año, Álvaro consiguió dos sobresalientes (Lengua Latina y Religión) notable en Aritmética y Geografía, y un aprobado en Gimnasia. El tercer y último año los resultados fueron igualmente buenos: sobresalientes en Física y Química e Historia de España y aprobados en Historia Natural y Deberes Éticos y Derecho. En Junio de 1927 se publicaba una fotografía en la revista El Pilar donde aparecen cuatro de los hermanos del Portillo: Francisco, Álvaro, José María y Ángel. Faltaban dos de los hermanos: Ramón, el mayor, que había terminado el colegio hacía dos años; y Carlos, el pequeño que aún no había entrado.

En Octubre de 1927, tras la reforma del sistema educativo conocida como «plan Callejo», comenzó el nuevo Bachillerato Universitario en el colegio, que constaría de  tres cursos. En los exámenes del instituto oficial obtuvo sobresalientes en Francés I y II, y aprobados en Matemáticas, Historia y Geografía.

Álvaro del Portillo en su juventud.
Álvaro del Portillo en su juventud.

Durante ese curso fue desarrollándose en él el deseo de estudiar una ingeniería. Él mismo lo explicaba así: «Tenía que escoger la facultad universitaria. Mi padre era abogado y yo pensaba: podría ser abogado como mi padre; pero los abogados tienen que hablar mucho en público y yo no sirvo para eso porque soy tímido. Mejor un trabajo en el que tenga que estar a solas. Así me decidí por la ingeniería.» De esta forma empezó a preparar el dificilísimo examen de ingreso a la única Escuela de Ingenieros de Caminos.

Después se fueron sucediendo los acontecimientos, la carrera de ingeniería, el doctorado, su admisión en el Opus Dei, la Guerra Civil, la ordenación sacerdotal, su ordenación episcopal,… pero eso ya es otra historia.

Beato Álvaro del Portillo.
Beato Álvaro del Portillo.

Notas del Editor:

  1. En esos años los sábados eran días lectivos.
  2. La devoción de los primeros viernes de mes proviene de las palabras que el Sagrado Corazón de Jesús dijo a Santa Margarita María de Alacoque, el 16 de junio de 1675: «Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor omnipotente concederá a todos aquellos que comulguen nueve Primeros Viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final: No morirán en desgracia mía, ni sin recibir sus Sacramentos, y mi Corazón divino será su refugio en aquél último momento.»

  3. Los versos completos según aparecen en el Formulario de Oraciones que escribió el Venerable Domingo Lázaro, S.M. en 1918 y que eran de uso habitual por los alumnos, eran:

Al Rey de las virtudes
Pesada losa encierra;
Pero feliz la tierra
Ya canta salvación.

Sufre un momento, Madre,
La ausencia del amado:
Pronto de Tí abrazado,
Tendrásle al corazón.

Fuentes consultadas:

  • Álvaro del Portillo. Un hombre fiel. Javier Medina. Ed. Rialb, 2013.
  • Roturando los caminos. José Carlos Martín de la Hoz, Ed. Palabra, 2012.