Muchas cosas han cambiado en Madrid durante los últimos cien años. Una de ellas, quizás de las más inadvertidas, es la electricidad.

Desde finales del siglo XIX hasta la primera década del siglo XX la generación y distribución de la electricidad estaba en manos de pequeñas empresas que se encargaban de dar servicio a las áreas de su alrededor. Sin embargo, a partir de 1912 la situación cambió con la fundación de la Unión Eléctrica Madrileña (UEM) que con el correr de los años y tras varias fusiones se convertiría en la actual compañía Unión Fenosa.

Antigua factura de 1916 de la Unión Eléctrica Madrileña

Para la generación de la electricidad se utilizaba principalmente la energía hidráulica, concretamente en el caso que nos ocupa, el salto de Bolarque. Este embalse, situado entre Cuenca y Guadalajara, en la desembocadura del río Guadiela, fue inaugurado en 1910 como central hidroeléctrica.

Durante el curso 1917-1918 se organizó una visita a una de las subestaciones eléctricas o fábricas de electricidad, como se las llamaba en la época. Aunque el autor no nos da más información, podemos suponer que se trataba de una de las instalaciones de UEM, por ejemplo, la Central Eléctrica del Mediodía, que ocupa actualmente el CaixaForum de Madrid.

Visita a una Fábrica de Electricidad


ébiles copos de nieve caían, formando una finísima capa blanquecina sobre el adoquinado, cuando llegamos a las puertas de la Fábrica de Electricidad. Era ésta en su exterior una mole de ladrillos rojizos coronada por una gigantesca chimenea que elevaba hacia las alturas su ennegrecida punta.

Salió a recibirnos un empleado amable y simpático, que gustoso se prestó a ejecutar las órdenes que del Director había recibido de enseñarnos la fábrica con todo detalle.

Acompañados de nuestro profesor y del capataz, penetramos en una vasta sala: era la estación de reserva. Alineadas a ambos lados estaban seis calderas de vapor de 700 HP.; grandes cantidades de carbón cubrían sus bases. Sus hornos de ladrillo refractario estaban repletos de carbón, para que en caso de necesidad, se encendieran con mayor prontitud. En su parte superior llevaba cada caldera su manómetro y su válvula de seguridad.

Pasamos luego a un estrecho recinto, algo aislado, donde las señales de alarma y la espantosa calavera daban miedo entre los gruesos cables. Era esta sala el punto de reunión de los cables que vienen de los saltos de agua de Bolarque, del Canal de Isabel II y de Mazarredo. Allí llega la electricidad con un potencial de 15.000 voltios y pasa a los transformadores que la convierten en una corriente de 6.000. En otro recinto igualmente aislado está el departamento de los trasformadores; tres aparatos ocupan su interior, entre los cuales pasan pequeñas corrientes de agua destinadas a enfriar los cables.

Marchamos después a la sala de máquinas, donde en perfecta alineación vimos diez máquinas. Cuatro de ellas de vapor, están destinadas a cubrir el servicio, cuando las dinamos no pueden funcionar o en los saltos ocurre alguna avería. Una de ellas, la más gigantesca, está unida por medio de un grueso tubo a las calderas que vimos anteriormente.

Un ruido ensordecedor atronaba nuestros oidos, producido por dos colosales dinamos que vertiginosamente movían sus núcleos para producir la electricidad necesaria a la carga de los acumuladores. A uno y otro lado estaban los cuadros de distribución de la electricidad que viene a la fábrica, y en una plataforma elevada, está el cuadro de distribución de la que sale para los servicios particulares. Delante de dichos cuadros un empleado vigila constantemente a fin de regular el servicio. Una grúa corrediza completa la instalación de la sala.

Varios muchachos y nuestro profesor tomaron algunas fotografías, destinadas algunas de ellas a Recuerdos.

Algunos de los alumnos del curso 1917-1918 durante la visita a la fábrica de electricidad.

Pasamos después a otra sala más pequeña y bastante apartada de las demás: era la sala de acumuladores. Por su centro se veían largas filas de acumuladores, con sus grandes piezas de plomo revestidas de minio de color achocolatado obscuro. Las paredes y todos los objetos metálicos estaban pintados con albayalde [1], para que los gases desprendidos no actuaran sobre ellos.

Cuando salimos de la fábrica, encantados de la hermosa instalación y de la amabilidad del empleado que nos había guiado, los copos de nieve continuaban cayendo lánguidamente, no dando reposo a los asustados pajarillos que huían a guarecerse a los tejados.

M. Goytia y Machimbarrena. [2] (5.º año B.)

Fotografía L. Gómez Tortosa [3] (5.º año A.)

Notas del Editor:

  1. Albayalde: Carbonato básico del plomo, de color blanco, empleado en pintura.
  2. Miguel Goytia Machimbarrena (Jerez 1903- Madrid 1981): Promoción de 1919. Abogado. VII Marqués de los Álamos del Guadalete. Académico de la Real de Jurisprudencia.
  3. Luis Gómez-Tortosa Navarro: Promoción de 1919. Como curiosidad diré que sus padres, los condes de Gómez Tortosa, poseían una preciosa casa palacio modernista en Novelda; en la actualidad museo municipal del modernismo.