Hoy comparto con vosotros una pequeña narración publicada en la revista Recuerdos del curso 1914-1915. Su autor es el pilarista Álvaro Guitián Vieito, que con los años se convertiría en el almirante Guitián. En esta redacción se nos cuenta la historia de Isidoro de Sevilla y un curioso encuentro que tuvo cuando pensaba abandonar sus estudios. Este episodio aparece descrito en la Crónica General de España de Florián de Ocampo.
La frase latina «gutta cavat lapidem, no vi, sed saepe cadendo» (la gota horada la piedra, no por su fuerza, sino cayendo a menudo) resume perfectamente la enseñanza que obtuvo Isidoro de esa anécdota.
SAN ISIDORO CUANDO NIÑO
En el siglo VII, en una de las espaciosas salas del Metropolitano de Sevilla, se veía un hombre joven vestido de canónigo, quizá el obispo mismo, que enseñaba latín a un muchacho. Éste, sentado en una carpeta, daba señales de rebelión; tanto, que abrió la carpeta, metió el libro y cruzóse de brazos en actitud indolente. El profesor, sin inmutarse lo más mínimo, abre la puerta y le dice:
-Hasta que me des los cuatro primeros hexámetros de Virgilio, no comes.
Y dichas estas palabras se marchó.

Parecían al discípulo largas y penosas las diarias tareas que le imponía su maestro, y en vez de superar las dificultades con trabajo y constancia, permanecía con el ánimo decaído en cobarde desaliento. Evadióse del Metropolitano, y después de vagar varias horas por el campo, rendido de fatiga y muerto de hambre, recelando las sospechas y amonestaciones de su maestro, se sentó a descansar al borde de una fuente, tan descontento de sí mismo como de los demás.
En su cerebro ansioso y pensativo agolpábanse las más negras ideas, cuando sus ojos se fijaron casualmente en una piedra del pozo. Como sucede frecuentemente, esta pequeña circunstancia bastó para desviar enteramente el curso de sus tristes pensamientos.

-¿Cuál será la causa de tan profunda brecha en piedra tan dura?
Pensó para sí, y no acertando a dar con una respuesta satisfactoria, interrogó a una anciana que a la sazón venía en busca de agua al pozo.
-Pues, ¿qué?-contestó ella-. ¿Eres estudiante y te apuras por cuestión tan obvia? El agua de la fuente que al chocar ha ido pulimentando y socavando la piedra.
Esta inesperada respuesta cambió otra vez el rumbo de las ideas del muchacho.
-Y, ¿qué?- se dijo. Una gota de agua a fuerza de rozar con la piedra, ¿ha conseguido deshacerla así? ¿No alcanzaría yo a fuerza de constancia y de trabajo a vencer la rudeza de mi inteligencia y hacer lo que otros hicieron? Y levantándose vuelve al Metropolitano, se aplica ardorosamente al estudio y a los pocos meses llega a elevarse en inteligencia. Tanto, que más tarde fue San Isidoro, arzobispo de Sevilla.
Álvaro Guitián. (4.⁰ año.)
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