Esta semana volvemos a la revista Recuerdos del curso 1913-1914 para leer la crónica de los ejercicios espirituales que según era tradición en los colegios marianistas se hacían a principio de curso. En 1913 la novedad fue la predicación por parte de un sacerdote no perteneciente a la Compañía de María.
Los ejercicios espirituales junto con la celebración de la eucaristía diaria y otras prácticas de piedad que se desarrollaban a lo largo del curso, constituían la base de una religiosidad sincera y profunda que impregnaba el alma de los estudiantes y de toda la familia escolar. Espero que disfrutéis de la crónica.
Ejercicios espirituales.
Como el año pasado, y en condiciones idénticas, se han dado los ejercicios espirituales en el Colegio.

Debían clausurarse con la simpática y españolísima fiesta de la Inmaculada Concepción; pero ocurriendo esta solemnidad en lunes, y vista la dificultad de reunir a los alumnos en domingo para realizar las prácticas de los ejercicios, se dispuso terminar este último día con una Comunión general a la que todos asistieron para sellar con ella las resoluciones adoptadas, y para solicitar la energía cristiana necesaria para convertirlas en realidades visibles y palpables.
El Predicador P. Julio Le Berre, de los SS. CC. de Jesús y María, que conoce de cerca a la juventud y ha sondeado sus necesidades y sabe «llevarle el aire», se hizo en extremo interesante, tanto por la elección de los asuntos, como por la forma amena, natural, llena de viveza; por los relatos que cautivaban la atención, y sobre todo por la unción, el tono convencido y el afecto demostrado a su auditorio.
Y esas pláticas que, hechas a conciencia, exigen un trabajo serio de preparación y consumen las fuerzas, se repetían en forma variada para los más jóvenes, sin que aparecieran muestras de cansancio en el orador, a quien daban alientos su celo y su excesiva amabilidad.

No necesitamos hacer público nuestro agradecimiento en estas líneas; harto sabe el Padre Julio que cuenta con nuestra sincera gratitud; y le servirá de recompensa a sus desvelos y a su actividad sacerdotal, la esperanza, que para el Colegio se ha convertido en seguridad, del mucho bien realizado.
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