Con este sugerente título comienza el relato que esta semana comparto con vosotros. Esta historia se publicó en la revista Recuerdos correspondiente al curso 1914-1915 y podemos comentar varios aspectos interesantes de ella y de su autor.

El relato cuenta la historia -suponemos que ficticia- de un joven antiguo alumno del colegio que se ve envuelto en una situación que le obligará a tomar una decisión conforme a su conciencia aún a pesar del rechazo de la sociedad de la época. En esta narración se trata el tema de las blasfemias y las ofensas a la religión que desatan la reacción del protagonista. Desgraciadamente, en nuestros días estamos tan familiarizados con estos ataques a los católicos que muy pocos son los que recriminan estas acciones y menos aún los que se enfrentan a ellas como hará muy valerosamente nuestros protagonista.

Por otro lado, también se trata la práctica de los llamados «duelos de honor». Nos puede parecer algo propio de épocas muy pasadas. Sin embargo, hasta hace menos de un siglo aún se producían muertes por este tipo de enfrentamientos e incluso el padre de algún pilarista como es el caso de José Sánchez Guerra, padre de Rafael Sánchez Guerra Sainz de la promoción de 1915, participó en algún incidente con mucha repercusión en su época. Hay que aclarar que los duelos estaban incluidos en el código penal desde principios del siglo XIX y condenados por la Iglesia desde mucho antes. Pese a todo ello en la época en la que se escribió el artículo eran tan frecuentes que hasta el colegio de médicos tuvo que pronunciarse en 1919 negándose a participar en estos encuentros.

Por último, el autor merece que le dediquemos algunas líneas. Tomás Martín-Barbadillo y Paúl nació en Sevilla, el 12 de Enero de 1897 y falleció el 16 de Abril de 1983. Era hijo de Manuel María de Martín Barbadillo y Herrera y María de las Mercedes de Paúl y Arozarena y pertenecía a la promoción de 1913. Ya le hemos dedicado algún artículo tanto a él (ver Antes el Deber que el Sentimiento) como a su hermano Hernán (ver El primer combate y El Colegio), pero siempre es interesante recordar que se trató de uno de los pioneros de la aeronáutica en España y un gran divulgador, publicando más de quinientos artículos sobre estos temas en El Debate, ABC, la Revista de Aeronáutica, Blanco y Negro, El Correo de Andalucía y otras revistas. Amigo y compañero de los hermanos pilaristas Juan y Ricardo de la Cierva. En la biografía del insigne inventor del autogiro escrita por José Warleta podemos leer la siguiente nota correspondiente a 1910:

Juanito y Ricardo de la Cierva, con su amigo Tomás de Martín-Barbadillo, fueron con don Juan a ver el primer vuelo de Mamet en la Ciudad Lineal el 23 de marzo”.

D. Tomás Martín-Barbadillo, Vizconde de Casa González.
D. Tomás Martín-Barbadillo, Vizconde de Casa González.

Bueno, no quiero aburriros más con mis comentarios y prefiero que disfrutéis de esta historia. Espero que sea de vuestro agrado.

HEROÍSMO…


I

Jaime acababa de tomar días antes el grado de bachiller y sumamente satisfecho dirigíase al Colegio para asistir por última vez de un modo «oficial» al lugar donde, entre grandes alegrías y pequeñas contrariedades, habíanse deslizado sus primeros años.

Era la ceremonia en cuestión la despedida de los nuevos bachilleres. Lo que se grabó en su alma con caracteres indelebles, fueron estas palabras pronunciadas por el Director: «Cuidad grandemente de recordar muy a menudo todo lo que acabo de exponeros, y que siempre sea para vosotros grata la imagen de la vida pasada, pues el día que al compararla con la presente halléis motivo alguno de sonrojo, será señal de que vuestros corazones comienzan a corromperse.»

II

Jaime decidió aprovechar las vacaciones estivales para reponer su salud, algo quebrantada por el estudio de las Matemáticas superiores que le exigían en su carrera, y se trasladó al balneario de… X, concurridísimo por enfermos que acuden en demanda de alivio y por sanos que anhelan diversiones.

Personal del Gran Hotel del Balneario de Mondariz en 1920.

Entre la sociedad cosmopolita que poblaba el hotel donde encontró alojamiento, atrajeron su atención desde el primer momento, dos personas, diametralmente opuestas por sus costumbres y opiniones.

Era una de ellas cierto predicador famoso, muy notable por su pasmosa erudición, verdadera gloria de la Iglesia, que atendía a su salud muy resentida a causa de lo agitado de su vida.

Permanecía retraído y solo se le veía muy de mañana en el Establecimiento, o leyendo sus oraciones por las tardes en paseos solitarios.

Era el otro personaje significado de las extremas izquierdas, anticlerical furibundo, muy ducho en toda clase de manejos políticos y verdaderamente temible por la ironía que siempre ponía en sus palabras, al hablar particularmente de asuntos religiosos.

Formidable duelista, jactábase a cada momento de haber tenido innumerables lances en todos los cuales había obrado «cual corresponde a un hombre de honor».

El día 30 de Junio, fecha en que precisamente hacía cinco años de la ceremonia última de su vida de Colegio, le ocurrió un suceso que había de someter a durísima prueba la fuerza de sus convicciones.

Bajaba hacia el «hall» del hotel distraídamente, cuando fue atraído por el rumor de voces algo acaloradas y oyó decir en alta voz:

«Todo nuestro progreso consiste precisamente en la continua creación de Conventos y Colegios de frailes; hasta el día en que no abramos los ojos al pueblo será éste explotado por la gente del clero…»

Este lenguaje, en exceso libre y desprovisto de formas, impresionó grandemente al joven, pero con prudencia extremada se abstuvo de intervenir en la conversación.

Momentos después el personaje, no contento sin duda con lo que acababa de expresar, deslizó una blasfemia envuelta en el ropaje de alambicados pensamientos, seguida de chistes y alusiones mordacísimas.

Rogóle Jaime algo alterado, pero con mucho comedimiento, que no volviese a pronunciar ciertas frases que herían profundamente sentimientos sagrados, y como su antagonista con su sonrisa provocativa le contestase palabras groseras, fuera de sí le abofeteó y le hubiese maltrecho el rostro si muchas personas presentes no hubiesen intervenido.

Duelo a pistola a principios del s. XX

El agredido, lívido de coraje, sacó su tarjeta y al entregársela al joven le notificó que aquella noche irían dos de sus amigos a visitarle en su nombre.

Años atrás, el mismo día y a la misma hora celebrábase el solemne acto de la despedida de los antiguos alumnos, y Jaime recordó con extraña insistencia las últimas palabras del Director: «Que siempre sea para vosotros grata la imagen de la vida pasada, pues el día que al compararla con la presente halléis motivo de sonrojo, será señal de que vuestros corazones comienzan a corromperse.»

Ahora bien; si se batía, ¿no había de avergonzarse acaso? ¿No sabía él que el duelo, abominable por todos conceptos, se halla anatematizado por la Iglesia, por la conciencia y por las leyes?

¿Era compatible con lo que a él le habían enseñado de pequeño?

Mucho bajaría en el concepto común si no acudía al «campo del honor», y, además, era Jaime un gran tirador de pistola y florete, pero decidió no batirse y corrió a consultar con el sacerdote, su amigo.

Ya sereno, participó a los testigos que de ningún modo aceptaría el lance y que lamentaba sinceramente haber llegado a tal extremo con su antagonista, pero que no había tenido conciencia de sí mismo al ver ultrajada su Religión.

Trasladóse al día siguiente a otro hotel, no sin notar con grande amargura que casi todos le huían.

Sólo el famoso predicador, con el que intimó mucho, le acogía con agrado y le consolaba en sus humillaciones…

III

Un domingo, después de haber comulgado en Misa como tenía por costumbre cada semana, se dirigió de paseo Jaime a la estación para presenciar el paso del rápido de lujo que no teniendo parada en… X, atraviesa a gran velocidad por el pueblo.

Estación de tren en el primer tercio del s. XX

Forma la vía en aquel paraje una curva muy pronunciada.

Al llegar, distinguió a su adversario de un día que esperaba sin duda a otro tren en el andén opuesto.

Preguntó éste algo a un mozo y comenzó después a atravesar la vía; observó, no obstante, que el convoy que esperaba se hallaba muy cerca y quiso ganar de nuevo el andén… pero un ruido inconfundible dejóse sentir, y en la curva, a unos metros, apareció un enorme cilindro brillante coronado de humo seguido de unas largas masas obscuras… Era el rápido que avanzaba a más de 80 kilómetros por hora… Al querer huir el desdichado tropezó y cayó entre los «rails»…

Jaime presenciaba todo esto, y en un segundo se presentaron a su mente las ofensas que aquel hombre le había inferido y la imagen de Dios que hacía sólo unas horas había alojado en su pecho… Lanzóse sobre el caído y consiguió salvarle, pero recibió en cambio un tremendo golpe que después de privarle de la vida le arrojó a 20 metros de distancia.

Los que acudieron, pudieron observar un hilillo de sangre que se escapaba de su boca y bañaba una medalla de la Virgen de Lourdes que asomaba por su entreabierta camisa.

IV

Al día siguiente, en la misma iglesia en que comulgó Jaime por vez postrera, se humillaba el formidable ateo confesando sus culpas con el humilde religioso, anegado en llanto…

La Providencia se había valido de la muerte de un justo para la conversión de un gran pecador.

TOMÁS DE MARTÍN BARBADILLO.

Madrid, Abril 1915.

Portada del libro de 1935: “El autogiro. Ayer, hoy, mañana.” de Tomás Barbadillo.
Portada del libro de 1935: “El autogiro. Ayer, hoy, mañana.” de Tomás Barbadillo.

NOTA: El que firma este cuento es autor de una serie de artículos sobre aviación militar, publicados en un periódico de gran circulación de Madrid, notables por lo serio y abundante de la documentación, la serenidad del juicio, el sentido práctico muy despierto y la elegante concisión del estilo, que campea igualmente en las líneas que preceden.