Como ya hemos visto en otras ocasiones, la redacción sobre la fábula del lobo y la zorra era todo un clásico de los ejercicios de redacción. Por ejemplo, ya publiqué hace cinco años El lobo y la zorra, y hace dos El lobo y la zorra. Hoy vuelvo a compartir con vosotros otra redacción sobre el mismo tema. De esta forma podréis comparar y elegir cuál os gusta más. Estoy seguro de que este tema volverá repetirse en años posteriores.

El autor de esta composición es José María Colmenares Espín, de la promoción de 1915, un habitual de estas páginas, y hermano de Fernando Colmenares, quien participó en La organización Golfín-Corujo.

Espero que lo disfrutéis.

EL LOBO Y LA ZORRA


De la cumbre de un alto y pintoresco monte, en cuya falda un mísero pueblecillo levanta al cielo las altas torres de su campanario, arrancan dos estrechos senderos que, serpenteando cual blancas cintas por las agrestes laderas, conducen a la citada aldea.

Por uno de esos senderos bajaba renqueando un viejo lobo, cargado con el peso de sus muchos años y con el no menos pesado fardo del hambre que en aquellos momentos dejaba sentir su dolorosa influencia en el vacío estómago del animal.

No habiendo encontrado alimento en el monte, pues los conejos y liebres escaseaban, marchaba en dirección de la aldea a riesgo de ser descubierto a la incierta luz del crepúsculo, con la esperanza de atrapar alguna sabrosa gallina con que saciar su apetito. La noche batía sus negras alas sobre la apartada aldea cuando el lobo llegó a ella dispuesto a realizar alguna fechoría, amparado en la obscuridad.

Dirigióse resueltamente a una pequeña casita algo apartada del pueblo y cuyas bajas tapias favorecían sus siniestros propósitos. Grande fue su sorpresa y alegría al ver frente a la citada casa a una zorra que, aunque flaca y macilenta, suponía más que suficiente alimento para curar en menos de cinco minutos la dolorosa sensación de su estómago.

Un estremecimiento sacudió el cuerpo de la zorra al ver tan cerca de ella a su enemigo, y arrimándose a la pared de la casa procuró ocultarse a las significativas miradas del hambriento lobo. Comprendió éste la maniobra de la zorra, y lanzándose sobre ella antes que pudiera escapar sujetola fuertemente, y ya se disponía a dar buena cuenta de ella cuando las súplicas y tentadoras promesas del astuto animal consiguieron ablandar el endurecido corazón del lobo.

Mostróle la zorra una casita blanca a poca distancia de allí, y le prometió que en una cavidad practicada en el corral de la citada casa, encontraría un magnífico queso de gran tamaño, con el cual tendría provisiones suficientes para largo tiempo.

Gran satisfacción experimentó el lobo al oír la tentadora noticia; pero temiendo se le escapara la zorra, hízola caminar delante de él para de este modo poderla atrapar al primer intento de fuga.

La zorra, con el rabo entre piernas, condujo al lobo respetuosa y dócilmente al sitio señalado, y saltando con inusitada ligereza sobre la tapia se disponía a bajar, cuando el lobo saltó rápidamente tras ella, dispuesto a impedir la evasión de su astuta compañera. Encontráronse en un estrecho y sucio corral, en cuyo centro había un pozo de gran profundidad con escasa cantidad de agua cristalina.

La luna llena brillaba esplendorosa aquella noche en la estrellada bóveda celeste, iluminando misteriosamente la blanca casita. Acercóse la zorra al brocal del pozo y mostró al lobo la imagen de la luna que se reflejaba en sus límpidas aguas. Contempló ávidamente el lobo el exquisito manjar que la suerte le deparaba, pero temiendo se le escapara la zorra si descendía al pozo, ordenó a ésta que bajase al punto y subiese el hermoso queso. Mostróse la zorra poco dispuesta a ejecutar las órdenes del lobo, pero ante la amenazadora actitud de éste no tuvo más remedio que obedecer y bajó al pozo en uno de los cubos en busca del ansiado queso.

Una vez abajo empezó a dar infinitas vueltas alrededor del falso queso y, al fin, dijo al lobo que pesaba tanto que no podía con él y el partirlo, como estaba muy duro, era empresa imposible para sus escasas fuerzas, y que si él no bajaba a ayudarla no conseguiría absolutamente nada.

Subióse al punto el lobo en el otro cubo, y éste, a causa de su mucho peso empezó a bajar rápidamente al mismo tiempo que en el otro subía maliciosa y sonriente la astuta zorra, que al llegar arriba desapareció, dejando al lobo en el fondo del pozo desesperado y rabioso al no encontrar rastro del prometido queso.

Esta sencilla fábula nos enseña que más vale maña que fuerza, y no siempre los débiles han de llevar la peor parte.

JOSÉ MARÍA COLMENARES.
(6.° año.)