Hace unas semanas leíamos el resumen de las mejores composiciones literarias de los alumnos de cuarto curso del año 1914-1915. En esta ocasión son los alumnos de quinto año quienes son víctimas de las inmisericordes críticas del autor. Teniendo en cuenta de que se trata de los mejores trabajos del curso, no quiero saber lo que opinaría Jaime de Cárdenas Pastor sobre sus compañeros menos hábiles con la pluma.
En cualquier caso, espero que os guste.
Quinto año.
Lo mismo que en el pasado curso, ha sido en el presente fecunda la labor literaria realizada por los alumnos de quinto año.
Pronto, a pesar de la variedad de los asuntos, han formado un estilo aceptable y a la vez en algunos elegante, como más adelante mostrarán algunos ejemplos.
Que ¿cómo han conseguido escribir tan pronto algunas de estas composiciones?
No poco ha contribuido a ello la lectura de las obras de su bien surtida biblioteca. Vemos, en efecto, que para los que gustan de hazañas caballerescas están las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Ivanhoe, Doña Blanca de Navarra y otros.
Para los que prefieren asuntos menos imaginativos, también hay obras por el estilo de Jeromín, La Reina Mártir, del Padre Coloma, etc., y finalmente, tampoco faltan obras de asuntos inverosímiles, de autores como Salgari, Julio Verne y otros, que «hacen furor» entre muchos alumnos.
Pero, sobre todo, el ejercicio escrito y escrupulosamente corregido ha sido el secreto de los resultados señalados.
Merced a las prácticas literarias que en el Colegio se cursan, logramos vencer las dificultades inherentes a todo arte y más al de expresar con claridad y elegancia sus pensamientos. Que siguiendo el plan presentado por Juan Jacobo Rousseau en su Emilio, o sea que el educando debería inventar todos sus conocimientos, no sabríamos escribir tres páginas semanales.
A la vez que el esmero en el estilo se ha tenido también en cuenta el cuidado de la forma de letra, la ortografía y limpieza de los trabajos presentados, cosas hoy tan abandonadas y que, sin embargo, tienen verdadera importancia.

Pero, dirá el amable lector: ¿Cuál es la labor tan fecunda que antes dije? Responderé en pocas líneas. De las numerosas composiciones este año escritas, diez y nueve han pasado al Cuaderno de Honor. La pluma que más ha corrido en el rayado papel del envidiado Cuaderno, ha sido la florida de Fernando Marín, con cuatro trabajos. Síguele la mal cortada de un su servidor, con tres; las buenas de Eduardo Prota, R. del Valle y J. Petit, con dos, y ¿ éstos, E. Autrán, R. Aladrén, J. R. de Goytia, J. L. Silvela, R. Thiebaut y E. Parrella, con una.
Los estilos son bastante variados. Es el más común el narrativo, que predomina en nueve composiciones; vienen después cinco con carácter descriptivo, tres de tono sentimental y dos dialogadas.
Nada diremos aquí de Fernando Marín e Isidro Autrán que tendrán su representación en los Apéndices.
J. L. Silvela [1] narra los sobresaltos de un joven al despertarse y ser advertido para un desafío pendiente:
«Despertóse Velarde sobresaltado por los meneos que su criado le daba para despertarle, el cual le anunció que dos caballeros le estaban esperando en un coche. Vistióse azorado, bajó deprisa la escalera, y metióse en el coche que al punto marchó veloz.»
Concluyendo R. Aladrén [2] con naturalidad:
«Por fin llegó a una frondosa arboleda donde miles y miles de pájaros cantaban diversas melodías, y entonces vio Velarde un hombre con unas patillas blancas que estaba muy pálido, como él, y otros hombres que median el terreno. Después les pusieron al hombre de las patillas y a él uno frente a otro: se oyó un estampido; después vio algo, una nube de humo, y después… nada.»
Lástima no esté la ortografía en armonía con la descripción.

R. Thiébaut [3], que sería buen narrador si acicalara algo más el estilo y no fuese tan precipitado, tiene no obstante envidiable precisión:
«Era la noche (la triste de Méjico) obscura y lluviosa. Batel, renombrado astrólogo y hechicero, aconsejó a Cortés que saliera antes del alba, pues de no hacerlo todos los españoles serían hechos prisioneros o muertos. En tal aprieto mandó Cortés construir un puente portátil, con ruedas, arengó a los suyos, confió a Sandoval la vanguardia, a Alvarado la retaguardia, y él se situó en el centro.»
J. R. de Goytia [4] tiene naturalidad envidiable en pasajes como éste:
«Comenzaron los españoles un paso largo, luego un trote, y al fin un galope, sin descansar en valles y montañas, y rendidos por el hambre y la fatiga, llegaron finalmente a presencia de su capitán con el tan temido caudillo hecho prisionero.»

Juan Petit [5], siempre correcto, tiende a la descripción detallada con marcada predilección. Tan atildado resulta, que abusa de los acentos a menudo.
«Mas cuando el niño hubo leído el contenido de aquel papel infernal, sumióse en profunda meditación estudiando el plan de venganza, que daría como fatal resultado la muerte de un inocente.»

Enrique Parrella [6], a pesar de cierta dificultad en la exposición, demuestra haberse compenetrado del asunto cuando cuenta de esta suerte un sacrificio de víctimas españolas:
«Obligaron a los circunstantes a volver los ojos al sacrificado; mas el pudor, la vergüenza, el temor, la amistad, el cariño, la caridad y el horror hicieron que los cerrasen, sin que pudieran ver por lo tanto al sacerdote, el cual, como el que hace la cosa más natural del mundo, metía su tremendo cuchillo entre las costillas del desgraciado, cortaba las arterias y cogiendo el corazón, palpitante todavía, lo depositaba en la boca del ídolo.»
Eduardo Prota [7], a pesar de no ser natural de las márgenes del Betis, trata de contarnos con mucha gracia una escena dialogada con puro acento andaluz:
«El francés se echó fuera del coche para huir, pero una fuerte y callosa mano le detuvo, diciendo:
-No ajuyas; dame too er dinero que tiés ensima, pue sino te voy a afusilá como a un perro.»
Ramón del Valle [8], que valdría mucho más como poeta de evitar algunos ripios, tiene una introducción en verso que, por ser la única escrita en el Cuaderno de Honor de quinto año, merece la reproduzcamos aquí:
«Caonabó, cacique indio,
abandonó la batalla,
no por falta de valor
pues no le arredraba nada;
lo que a su ardor retenía
era el Turey de Vizcaya,
que sonaban los contrarios
cuando entraban en batalla.
En esto el valiente Ojeda,
que sus servicios prestaba
en las españolas huestes,
de valor haciendo gala
se presentó muy resuelto
a Colón, dando palabra
de traer al jefe indio
con las manos esposadas,
dando lugar a la historia
a continuación narrada.»
Jaime de Cárdenas
(5.° año.)
Notas del Editor:
- José Luis Silvela Tordesillas: Promoción de 1916.
- Ramón Aladrén Gurruchaga: Promoción de 1916.
- Remigio Thiébaut Chardenal: Promoción de 1916. Empresario vinculado a la banca y al sector asegurador que tuvo una gran influencia en el desarrollo turístico de Punta Umbría (Huelva).
- José Ramón de Goytia Machimbarrena: Promoción de 1916. Ingeniero de Caminos.
- Juan Pétit de Ory: Promoción de 1916. Llegó en 1914 al Real Madrid y era un magnífico interior, fino y con un fenomenal dominio del cuero que formó con Sotero Aranguren una banda extraordinaria. Estuvo tres temporadas hasta que fue llamado a filas para el ejército francés en la I Guerra Mundial donde sufrió unas heridas de consideración que acabaron con su carrera futbolística.
- Enrique de Parrella Conde-Luque: Promoción 1916. Nacido el 8-VIII-1900. Ingeniero agrónomo. Murió asesinado por los rojos en Paracuellos del Jarama durante la Guerra Civil a finales de Noviembre de 1936.
- Eduardo Prota España: Promoción de 1916. Ingeniero de Caminos. Fallecido en Barcelona el 15 de enero de 1931 a los treinta y un años. Dejó viuda.
- Ramón del Valle Esgueva. Promoción de 1916.
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